Cuando pienso algo referente a sentimientos siempre me acuerdo de esa joya de la animación que es Del revés. Pixar y Disney saben jugar con nuestros sentimientos para bien, dándonos aquello que saben que nos va a generar pellizcos en el alma.
A mí me generan muchos pellizcos en el alma las Fallas, porque al fin y al cabo nuestra fiesta está compuesta, en su arquitectura interna, de sentimientos, querencias y deseos. Con ella expresamos lo que efectivamente queremos, cómo lo queremos y cómo deseamos que sea. Imagínense que hubieran incluido, entre aquellos personajes que manejaban las emociones de Riley, la protagonista, componentes falleros. Porque las Fallas son un sentimiento, el fallero, y o lo tienes o no lo tienes.
Más de uno estará pensando que ya está el sabut de turno repartiendo carnés de fallero. Y oigan, perdónenme, pero es que a mi reconocer a mis iguales en el amor a la fiesta no me cuesta. Sí, los reparto, entendiendo por carné el saber distinguir el verdadero sentimiento por las Fallas del sentimiento provocado, torticero, manipulado, interesado y, en definitiva, más falso que Judas. La comparación me viene al pelo, porque esa persona, normalmente, sería capaz de vender su sentir festivo a quien le ofrezca treinta monedas de plata.
El sentimiento fallero se nota. Se vive intensamente en noches como las del mes de julio, cuando las preselecciones afloran por los jardines del Palau; flores de un día, de una noche, que sólo florecerán para cuatro… o seis… mientras que para las demás se marchitarán como sólo se marchitan los sueños rotos. Ahí hay sentimientos falleros de alegría y de tristeza, muchos. Pero luego está el sentimiento de hastío, el que me genera el submundo de capas y puñales convertidos en lenguas viperinas que ajustician a las candidatas en los corrillos que se generan, y que suelen durar hasta que la Fonteta vuelve a dictar sentencia. Fiebre, virus falaz, totalmente prescindible. Como tanto en la sociedad que vivimos, manipulada por haters que, agazapados tras los móviles y los ordenadores, disfrutan emponzoñándolo todo. Pues de eso en las Fallas vamos servidos.
Otro que hay que analizar es el sentimiento de orgullo fallero que todos notamos cuando escuchamos por primera vez aquello de “Som Patrimoni”. Y el sentimiento de decepción consiguiente, por lo menos para el que suscribe, al ver que aquello queda muy bonito en títulos y subtítulos y en proclamadas repetidas ad nauseam como refuerzos cargados de positividad, como si de una técnica de autoayuda se tratara. Pero de forment, ni un gra.
No, no voy a decir que no pintamos nada porque algo si que coloreamos. Decoramos y resultamos muy acogedores cuando toca. Pero a la hora de la verdad, la entidad global de una fiesta como la nuestra que une tantos puntos de interés cultural, que al fin y al cabo son los que dan la forma y el fondo, se ve reducida a mera anécdota. Siguen importando más otras fiestas, quizá con mejor aparato publicitario, quizá con mejores embajadores. La promoción de las Fallas no es efectiva, y no lo es a dos niveles, tanto en Valencia como en el resto de España y, por ende, del mundo. Sentimiento de frustración fallera lo llamaría yo.
Sentimiento de preocupación fallera es el que, de repente, se les ha despertado a muchas personas que miran al Congreso Fallero con incredulidad, con talante despectivo o incluso con desapego. Sólo diré una cosa: el que quiera peces, que se moje el culo. Hay un proceso congresual largo -pero que no sea muy largo, por favor- y muchas cosas que poner encima de la mesa. Sentimiento de responsabilidad es lo que hace falta. Pero a manos llenas.
Y, por último, completa la película el sentimiento fallero de preocupación. Ese que se tiene en los talleres al ver cómo está el panorama, que no tiene visos de mejorar ni un poquito. El mordisco de la crisis actual se verá en la calle en marzo, eso ha de saberlo todo el mundo. Y quien más, quien menos, intentará capear el temporal -cada vez que plantamos fallas últimamente, esta expresión se convierte en literal- como pueda o crea. Tiempos complicados. Sentimiento de resiliencia no ha de faltar.
Al final, el sentimiento fallero puro es la unión de resiliencia, responsabilidad, alegría, tristeza, hastío y, a veces, frustración. Todo nos pellizca el alma y nos hace sentir la fiesta del fuego dentro de nosotros. Y sea cual sea el sentimiento que toque, aunque sea cualquiera de los agridulces, no lo cambiaría por nada. ¿Y ustedes?