Tenemos lo que nos merecemos. Y así nos va. Lo digo después de asistir a la última Asamblea de Presidentes. A uno ya no le cabe la menor duda de que la asistencia a dichas convocatorias es una total pérdida de tiempo. Nada es ya lo mismo, nada cambia de su estado natural de los últimos años, nadie va más allá del problema que concierne a su propia comisión y pocos piensan en la fiesta en general.
Pena y desilusión es lo que transmiten cada una de las que se celebran, porque pocos son capaces de mover un dedo para cambiar el rumbo y salir de esa espiral anómala que desde hace tiempo se viene produciendo. Ya no existen esos enfrentamientos dialecticos defendiendo ideas contrarias a lo que llega desde la alta jefatura. Ya no escuchamos intervenciones coherentes que ponían en entredicho lo que se pretendía imponer. Ya no escuchamos a esas voces de la vieja guardia que desde arriba se han tratado de acallar mediante ataques personales ante la mirada impasible de los compañeros. Ya no escuchamos coherencia y decisión.
El abandono de la sesión, el pasado martes, por parte de los presidentes del sector Malvarrosa-Cabanyal-Beteró, avala perfectamente esta teoría, ya que tan sólo un presidente se adhería con claridad a su protesta, que sin ser demasiado decisitoria solicitaba reflexión sobre la decisión de los días de montaje de carpa, y pedía una votación no vinculante a mano alzada para que el concejal de Cultura Festiva conociera el sentir de los presidentes. Todo era una consecuencia del Bando de Fallas que tantos problemas nos trae, y que después de muchos tiras y aflojas, los aflojas marcaron las pautas, haciendo que muchos manifiesten disconformidad con al acuerdo final.
Al colectivo fallero, compuesto por más de 100.000 personas, y que aporta grandes beneficios a las arcas públicas, además de muchos otros y que todos conocemos, no es prudente apretarle tanto las tuercas por aquello de que podrían llegar a romperse, y con él, esos beneficios que aludíamos.