La fiesta de las Fallas sufre un trastorno de despersonalización preocupante. Si nos fijamos, viene dominando el ambiente una percepción de la realidad alterada, de forma que el colectivo parece como si se sintiera fuera de su ser, extraño de lo que vive y le rodea. Lo vive, pero no es él, no es suyo. Y si eso es últimamente habitual, no les quiero contar como pinta este año que nos queda por delante, en el que hay elecciones y el ambiente político en general se ha puesto muy goloso.
Desde hace un tiempo hay quien quiere hacerse dueño del famoso ‘relato’; un concepto muy en boga que se utiliza, sobre todo en el tablero político, para cebar una postura o una ‘verdad’, que normalmente será dogmática, poniendo escudos en previsión del ataque, en la misma proporción y tesitura de la ‘verdad, que vendrá de la otra orilla. La otra ‘verdad’.
El ‘relato’ de las Fallas está ya casi institucionalizado. Nos viene dado por una oficialidad que quiere pintar los colores, poner los tiempos, dar las alas o cortarlas y, por supuesto, ejemplificar y enseñar al fallero, pobre ignorante, el camino de la verdad que le han ocultado durante tanto tiempo.
El ‘relato’ de la fiesta no nos lo puede marcar la política, no se puede esbozar desde el paternalismo rancio disfrazado de modernidad, y sobre todo, ya puestos, no se debería tratar de inculcar porque sí.
Aquí fuera, en la realidad, en esa en la que no hay tanta ‘patrimonialidad’, estamos los de las cuotas. Los que ponemos nuestro granito de arena en que Valencia tenga una fiesta que se llama Fallas, y que ahora muchos han descubierto y redescubierto y vuelto a descubrir. Estamos aquí fuera pagando nuestras cuotas, generando ingresos, contratando artistas falleros, bandas de música, pirotécnicos, indumentaristas, poniendo el alma en disfrutar y hacer disfrutar de la fiesta fallera durante todo el año. En el otro lado del ‘relato’, mientras, los de las poltronas y las levitas están a la chorrada.
También les digo una cosa, flaco favor nos hacemos los de las cuotas en andar desnortados. Me refiero a que los valores y lo importante se nos difuminan. No puede ser que la Asamblea de Presidentes, el máximo órgano entre congresos, trate la revisión de la clasificación de fallas, el concurso más importante del fallero, y no asistan ni la mitad de los presidentes. En esto no entro a debatir ni entiendo más opciones que la que debe ser: La falla es el centro, es el Sol alrededor del que orbitamos. El único motivo por el que somos falla. Su concurso, que motiva encendidos enfrentamientos, cabreos, eternas charlas sobre jurados, amores y odios, luchas fratricidas y epopeyas dignas de contar, va y resulta que nos importa un bledo. Porque ‘pasar’ de un debate que considero más que interesante, sobre todo en esta ocasión, con la polémica a la que se le acompañó (harina de un costal que me dejo para otro día), es ‘pasar’ del concurso y de la falla en sí.
Así no me extraña que luego los próceres del ‘relato’ nos ganen los partidos en los despachos. Los de las cuotas, en muchas ocasiones, ni pisamos el campo.