Mientras la Ciudad del Artista Fallero vuelve a ser la olvidada de todos, diversas asociaciones miran a las fallas como la plaga que creen que es y oficios como el del pirotécnico o el de artista fallero, esencia pura de la fiesta fallera, siguen sin tener testimonio físico de su grandeza y del agradecimiento que les debemos, la fiesta, ésa que pagamos unos cuantos y critican, manipulan, envilecen, manejan y maltratan otros tantos, sigue su curso. Mejor debería decir su deriva; periplo hacia un puerto en tierra ignota, de nadie y seguramente desértica.
Oigan, que a todos los que somos falleros nos cuestan nuestros cuartos pagar las cuotas y lo que no son cuotas para poder plantar falla y regalarnos anualmente un homenaje de autocomplacencia. “Somos la mejor fiesta del mundo”, claro, y eso nos deja saciados. Nos creemos nuestras afirmaciones y somos dogmáticos. Salimos en defensa de la fiesta diciendo que las Fallas “serán lo que quieran los falleros”, cuando aquí los falleros pintan bien poco al final del cuento. Un cuento, por cierto, que parece escrito por los hermanos Grimm, y no porque haya hadas. Más bien porque siempre aparece un lobo, una bruja o un monstruo que nos quiere comer por los pies.
Yo ya no me aguanto las ganas de gritar A ver cuántas veces tenemos que decir eso de que las fallas las hacemos los falleros. No, es que parece ser que no las hacemos nosotros. Que esto es una fantasía utópica que aparece todos los años en las calles. ¡Regocijo y jolgorio! Qué bonita es Valencia en Fallas. Hay fallas plantadas, pólvora, colorido, vienen turistas y somos la repera. Ay, pero esto es un esfuerzo de todos. ¡Y unas narices! Ya está bien de lo que está bien.
Un cenutrio sería si no creyera que la fiesta ha de conllevar respeto, educación, civismo y sentido común. Evidentemente, la hacemos los falleros, pero la disfruta el mundo. El mundo entero. Y así ha de ser. Y para eso se plantan fallas, para que las vean propios y extraños. Pero aquí el que hace la fiesta es el fallero.
La ecuación parece que muchos no la acaban de resolver. Pongo un ejemplo práctico. Imaginemos por un momento que al porcentaje de falleros apuntados en una comisión por la fiesta (léase verbena, francachela y condumios) les quitáramos la posibilidad de disfrutar en Fallas de estos particulares no colocando, por ejemplo, una carpa, ese infame elemento de discordia. Imaginemos que al que gusta de iluminar su calle le quitamos la posibilidad de hacerlo. Imaginemos que al fallero que vive por y para plantar falla le quitamos formas de recaudar ingresos, le ponemos las cosas más difíciles de lo que están y le complicamos hasta cómo plantar su falla. Imaginemos que no ponemos food trucks, mercados, churrerías. Imaginemos.
Ahora imaginemos de dónde vendrían las vitamínicas aportaciones únicas para ‘salvar al fallero Ryan’. ¿De la hostelería? ¿De la colaboración desinteresada de los vecinos? ¿De los comercios? ¿De los políticos? Pues oigan, mientras tanto… el festero, dado de baja. El fallero de cuota, dado de baja. El fallero de 365 días, dado de baja. El fallero, dado de baja.
Ya me genera mucha frustración oír aquello de “¿para qué las carpas?”, “¿verbenas?”, “¿cortar las calles para qué?”. Pues yo se lo digo. Para poder seguir plantando falla. Y si no lo entienden, de verdad, no intenten jugar a ser falleros. Séanlo y apúntense a una falla. Valencia lo agradecerá.