Ustedes me perdonarán, pero no puedo evitar referirme a los discursos de los mantenedores de las exaltaciones. Y digo que me perdonarán porque creo que no hace falta decir nada de ellos. Cuando una persona que es fallera de los pies a la cabeza sale a escena y se abre el pecho de par en par sólo puede haber aplausos y calor de alma.
Miguel Prim y Salva Doménech son falleros 360º, como diría Paquita Salas. La fiesta gira alrededor de ellos y ellos giran alrededor de ella. La conocen, la aman, la sufren y se parten la cara por ella donde sea, como por ejemplo en la Mesa de Seguimiento de las Fallas con Sanidad. Un conglomerado fallero que parece que produce picores en alguno cuando se les nombra, y que yo no pararé de nombrar jamás ni tampoco de darles las gracias, porque cuando todo se fue al garete y la desesperanza cundió, cuando muchos falleros en redes sociales eran auténticos enterradores de esa fiesta a la que dicen amar, cuando pocos dieron la cara, ellos pusieron la cara y lo que va detrás para que la Comunidad Valenciana volviera a tener Fallas.
Por eso me hizo mucha gracia aquella ocurrencia que tuvo Prim en su discurso: “¿Fallas en septiembre? Agárrame el cubata”. La intrahistoria de cómo se salvó la fiesta y se sacaron las fallas a la calle dará dentro de muchos años para hacer un ‘Documentos TV’ a la usanza del añorado Pedro Erquicia. El triunfo colectivo y unísono más grande de la historia de las Fallas tuvo valientes que se partieron el alma y cobardes que se ocultaron bajo el ala de su propio fariseísmo y dobles caras. De esos no hay ni que hablar, allá ellos con su desdicha. Los valientes fueron los falleros y las falleras de las comisiones de Valencia y de otras poblaciones, que salieron a la calle a vivir las Fallas más extrañas y emocionantes de su vida. Y valiente fue la mesa, qué narices. Que aquí parece que hay que mirar hacia abajo cuando has hecho algo tremendamente bueno. Honor y gloria a la mesa.
Dicho esto, hablemos de falleros. Porque Salva y Miguel son falleros. Y sólo los falleros saben hablar un idioma muy particular. La catarsis conseguida con su intervención en las exaltaciones de las Falleras Mayores de Valencia creo que era necesaria, porque la pandemia, la insufrible pandemia que nos ha tocado vivir a esta generación, nos ha dejado muy maltrechos. Admitámoslo. Quien más y quien menos ha sido rozado en mayor o menor medida por el maldito virus. Pero, además, la pandemia nos ha impactado de lleno, nos ha cambiado y ahora empezamos a verlo, a distinguirlo con claridad. No somos los mismos.
Necesitamos volver a recuperar el brío, las ansias, el vuelo. Volar. Necesitamos volar ilusionados como lo hacíamos antes de la pandemia. Hablo de las fallas, de las falleras y los falleros. Necesitamos recuperar el pulso, la intensidad, el color y el calor de una fiesta única que deja huella.
Siempre me pasa lo mismo y lo espero -me provoco el hype a conciencia-, llega y plore com una magdalena. Cada vez que suena El Fallero en las exaltaciones de las Falleras Mayores en mi interior se traduce como en una especie de cavallers, va de bo. Esto ya va a todo trapo. ¿El qué? Lo de las Fallas, por supuesto. Que estamos a cuatro pasos de la meta, que todo tiene sentido, que el caminar del ejercicio lleva a algún lado y que la fiesta… la fiesta es una de las cosas más maravillosa que tiene la vida. Qué sería de nuestras vidas sin las Fallas.
El horizonte pandémico varía, cambia, nos trastoca la salud, los planes, los ánimos y el mundo. Pero acabará, seguro. Y mientras vemos sus últimos compases, nosotros seguiremos firmes el camino de la llama y la sátira. Merecemos recuperar lo que era y siempre será nuestra vida. Merecemos las Fallas, ahora más que nunca.