Hemos repetido mucho la fecha del 10 de marzo de 2020. A las diez de la noche se nos pararon los pulsos cuando se cancelaron las Fallas. Y no era una pena festiva por un jolgorio celebrado a medias que se truncaba. A miles de valencianas y valencianos les caía un jarro de agua helada sobre las cabezas, rompiendo ilusiones, futuros próximos y poniendo en jaque negocios y formas de vida. Porque al final y al principio, las Fallas son más que una fiesta. Las Fallas son la vida en estado puro.
Detrás de la efervescencia, el colorido, el sentido alegre y desenfadado, frivolidades y pecados perdonables, las Fallas esconden un entramado asociativo tremendo, con un tejido productivo del que comen cientos de familias y un empuje social más que considerable. Pero quizá lo que no teníamos era el peso que nos merecemos, y que seguimos sin tenerlo. El que nos merecemos. Ahora tenemos más peso, eso sin duda.
La Mesa de Seguimiento de las Fallas dio músculo e imagen, una carta de presentación contundente y sin fisuras, lejana de intereses particulares y partidistas, con un único objetivo: lograr el milagro. Porque admitámoslo, más que una cuestión de trabajo, todo se resumía en una cuestión de fe: creer que las Fallas eran posibles.
De la ‘Mesa’, tan criticada por los de siempre, hemos hablado y hablaremos, porque si histórica fue la cancelación de la fiesta, al mismo nivel situaría la unión de voluntades difíciles de combinar que dio como resultado este ente, efímero como las mismas Fallas, pero eterno en la historia de la fiesta.
Septiembre fue el primer triunfo, pero marzo será la victoria. Y lo será con medidas sanitarias, por supuesto, porque la pandemia sigue acompañándonos, pero no nos parará. Saldremos a la calle a disfrutar de la fiesta, llevaremos la mascarilla cuando está mandado, observaremos las medidas apropiadas como lo hacemos en nuestro día a día, pero celebrando ese joie de vivre que es sentir las Fallas a flor de piel.
Dentro de las muchas, muchísimas, polémicas de bolsillo que hemos tenido en dos años una me resulta especialmente entrañable. ‘Tornem’, ‘tornarem’, no hemos ‘tornat’ porque no nos fuimos. Semántica. Nos pierde la semántica para muchas cosas; para otras no, que somos laxos cuando nos da la gana. Pero en otras… más papistas que el papa.
El caso es que, evidentemente, los que tenemos las Fallas incrustadas en el ADN jamás nos fuimos en espíritu, pero nos tuvimos que ir de las calles, de las plazas y hasta en un momento determinado de los casales. Y por supuesto que volvimos. A la calle. Y en este marzo volvemos de nuevo. A la calle. Porque las Fallas, aun siendo los 365 días del año, brillan más en marzo. Y lo hacen porque nuestra alma refulgente estalla de felicidad. Esa felicidad la vivimos en las calles con la música, la pólvora, las fallas. Benditas fallas que dais la vida a una fiesta como la nuestra.
El camino recorrido ha sido errático, con bifurcaciones y auténticos cliffhangers de esos que hoy en día tiene cualquier final de temporada de una serie. Hemos aguantado la respiración ante las decisiones tomadas más duras, como las cancelaciones de marzo de 2020; la posterior de aquel espejismo que fue julio de 2020; la decepción asumida antes de que llegara de marzo de 2021; y el ‘kit kat’ hipotético de julio de 2021.
Pero la evolución pandémica, los datos presentados y el intensísimo trabajo, las reuniones, el consenso y cierto ingrediente importante desembocaron por fin, pese al terrible agosto, al septiembre más ilusionante a nivel fallero jamás vivido.
Ese ingrediente importante del que hablaba fue la conciencia de que el colectivo fallero pesa, importa y hay que escucharle porque lo que dice cuenta, ha de contar ante las instituciones. Eso también lo ha traído, por fin, la Mesa de Seguimiento. Ahora que nos dure.
Y llegamos a marzo de 2022 con la mochila cargada de una experiencia que no hemos de olvidar jamás. Llegamos con el convencimiento de que nos merecemos estas Fallas más que nunca. Nos las merecemos los que hemos estado aguantando la respiración a cada paso, los que hemos temblado ante cada decisión tomada, los que hemos abierto los casales e intentado mantener unos mínimos ‘máximos’ dadas las circunstancias. Nos las merecemos las falleras y los falleros. Pero también usted, que ahora me lee, vive en la ciudad y no es fallero. O esa señora que viene de Finlandia. O el vecino que se queja, el que se va fuera porque no las soporta. El turista. El mundo. El planeta entero. Las Fallas son para el mundo, y el mundo entero se merece las Fallas.
Decía el celebrado Luis García-Berlanga que sus películas eran falleras y pirotécnicas. Que el genio dijera lo que dijo constata una realidad innegable: tenía un gusto exquisito. Y lo tenía porque no hay nada mejor en el mundo que las Fallas. Disfrútenlas.