Más allá de una idílica memoria literaria, donde la inmensidad de un ombligo nubla cualquier atisbo de autocrítica, la realidad es más mundana, y las Fallas 2018 se quemaron entre hedores de orín, basura por doquier y un caos administrativo de primer orden.
El fuego purificador tardaría en llegar a la plaza del Ayuntamiento, pero finalmente, el autoerigido como protomártir de la fiesta fallera, invocaría a la Santísima Trinidad y santiguándose con vehemencia, dejaría el teléfono por un momento para pasar a contemplar cual Nerón, como el fuego sagrado abrazaba su obra, la suya, aunque la pagásemos todos. Un abrazo candoroso, como los que ofrecía entre besos y arrumacos constantes a su Fallera Mayor.
Solo faltaba la lira para inmortalizar la intimidad del instante ante las cámaras, rodeado de una multitud que inundaba el balcón consistorial, y que relegó incomprensiblemente a las máximas representantes de las fiestas hermanas. Por un momento recordaría aquella imagen del paso atrás en el mismo balcón, aceptando pulpo como animal de compañía…
En apenas diez minutos, y tras el pertinente humo negro inicial por la quema del poliestireno negado, desaparecía el equilibrio universal paralelo, poniendo fin a lo que debía durar una hora. Menos mal que Geppetto, el padre putativo de Pinocho, fue carpintero, que si llega a ser relojero hubiera acabado en la indigencia, privándonos de la obra maestra de Collodi.
Punto y final a las Fallas 2018. Las Fallas donde la ciudad quedó tomada por instantes por las Fuerzas de Seguridad del Estado. Donde Ruzafa parecía vivir en un constante estado de sitio y El Carmen se transformaba en urinario de gigantescas dimensiones desbordado por una riada de vejigas incontroladas.
Las Fallas de las 21.000 en caretas y otros tantos en ‘carotas’ pasaban a ser historia. Unas fallas de principitos y reinas, de reyes y reinonas, de sátrapas y arpías. Donde el rito del fuego puso fin al desenfreno, a las Fallas donde su presidente abandonó a sus falleros. A las Fallas donde los falleros hicieron un plante a un presidente reprobado.
Comienza un nuevo ejercicio fallero. Estamos en Fallas y es hora de ponerse a trabajar. Es hora de balances, de poner encima de la mesa aciertos y errores, que también los hubo por mucho que se nieguen en memorias, actas, o en la patética web oficialista donde, como recordarán, ya eliminaron hasta los audios que pudiesen servir de fidedigna prueba testimonial.
Es hora de volver a remodelar por tercer año consecutivo una JCF que sigue desangrándose, y en donde las malas lenguas cuentan que solo quedarán bajo su manto aquellos y aquellas cuya dignidad sea inversamente proporcional a su ego. Para la vergüenza o desvergüenza también hay paridad en el colectivo fallero. Sabemos que no será un camino de baldosas amarillas, pero que tampoco será la calzada de la calle San Vicente un día de ofrenda, con lo que esto supone para quienes con tacones la caminan. Para estas cosas no hay carteles, ni comisiones, ni igualdad que valga. Solo hace falta voluntad.
Menos sátrapas y más faller@s.