Nada hacía presagiar el fatal desenlace. Bueno nada, nada, no. La tropa de clarividentes, agoreros o metemierdas no tenían duda alguna desde el primer día, después de que pasara, que esto ocurriría. De hecho, los más aventajados en el curso CCC de futurología, especialidad de hechos ya consumados, una técnica ancestral cuya leyenda secular es aquella coletilla del “¿Ves? ¡Te lo dije!” no tardaron en exponer que sus predicciones al hecho cumplido, vamos, que era evidente, sólo había que esperar a que salieran a la calle el 8M para dinamitar la fiesta. Daba igual que fuera el mismo día o dos después. Incluso pudimos escuchar aquello de: “Te das cuenta como venían a cargarse la fiesta” acompañado de la citada coletilla, o en su defecto la segunda opción si se inició la frase con la primera: “¡Ves, ves! Ya te lo dije yo”, dándote con el exterior de la palma dos golpecitos en el hombro.
Ante estas razones, qué vas a contestar, si al final alguien tenía que acertar. O sonaba Alfred en la plaza ‘porque son lo que son’, o no sonaba porque se habían… acobardado. El caso es que con estos argumentos pierdes la porra, sí o sí. De hecho, uno que quiere ser positivo, ironizaba con ambas posibilidades antes incluso del primer aviso, que voy a hacer, afortunado en el juego…
El caso es que llego el día ‘D’ (diez de marzo), y la hora ‘H’, la que nos metieron, ustedes ya me entienden, y se nos acabó la tontería.
La noche se tornó muy oscura. Algunos fueron de inmediato a la puerta de la casa de todos. Había luz, aunque el amo, ya saben ustedes que no estaba. El recién proclamado presidente ejecutivo de JCF tenía que comerse el marrón de dar explicaciones, las que tenía. El nato, del nato mejor me callo.
No había marcha atrás. Había que poner los pies en polvorosa, desde la meseta bajaba el poniente, y la cosa se estaba poniendo fea no, muy fea. Tres días con sus tres soles hubo de plazo, alguno más si hubiera sido menester. Tras esto, silencio y abatimiento. Pero en lugar de autoflagelarnos, quiero recordar que también quedó para la historia la imagen del pundonor fallero, de la profesionalidad, de la dignidad de quienes se siente parte de la cultura de este pueblo, y echando los bemoles por delante, dejaron las calles como una patena.
A cualquiera no implicado que le preguntes, no le cabe duda alguna de que pudo incluso quedar reluciente, de hecho, hubo hasta quienes se ofrecieron para evitar vivir la vergonzosa noche del 17 al 18 de marzo, donde un fuego impuro, una pira cobarde, acabó humillando lo más sagrado de la fiesta en unas calles mudas, vacías, sólo para unos pocos, alguno tan indigno como ese fuego, que primero tiró de webcam y luego lo hizo de cara.
Días después, entre monos blancos y boinas amarillas, marchó en sigilo la imagen del año. Un rostro que posiblemente se salvó del fuego, no como creen muchos por clamor popular, quizás fue también por el coraje de unos pocos.
Pero esto ya es pasado, y aunque las calles siguen en silencio, lúgubres y frías como la economía de miles de familias vinculadas a la fiesta, nos queda el orgullo. Ese sentimiento que nos hará salir a las calles con más fuerza. Con la cabeza más alta que nunca para reclamar lo que es nuestro, y ya no hablo sólo del fuego robado, hablo de la dignidad que merecen quienes realmente pagan la fiesta. Digo, por si no queda claro, que se debe reclamar la justa correspondencia al esfuerzo de falleras y falleros, los propietarios de un patrimonio cultural que es motor de una economía que agoniza sin fallas. Que, con todo el derecho, ahora más que nunca, no podemos dejar de reivindicar el orgullo de ser falleros.