Solemne, del latín ‘sollemnis’. Adjetivo compuesto y derivado del también adjetivo ‘sollus’ (entero) y la raíz, aunque discutida, de la palabra ‘annus’ (año), cuyo significado en origen sería aquello que se celebra o consagra una vez al año y por un año entero.
Según la RAE, ‘solemne’ lo define como “aquello que se realiza con suntuosidad, pompa o un gran formalismo”.
Un término recurrente en el colectivo fallero, que acompaña históricamente a la palabra ‘exaltar’, también del latín exaltare, y cuyo significado primigenio es “elevar a alguien”.
Con esta obviedad, más propia del ‘profeta’ Pedro Grullo, llegamos, como ya imaginarán al concepto de ‘Solemne Exaltación’, dado que visto el espectáculo que acompañó la exaltación de la Fallera Mayor de Valencia 2022, igual tiene poco de perogrullada recordar la definición de ambos términos.
Personalmente no conozco comisión fallera alguna, sea de humilde presupuesto o alta alcurnia que, llegado el momento, no busque dotar de solemnidad la exaltación de sus falleras mayores. No hablo de gastos suntuosos, no me refiero a tener que lucir esmoquin o frac, ni tan siquiera corbata. Expongo lo que a mi entender es el ingrediente principal de la ‘Solemne Exaltación’, en este caso, de una Fallera Mayor de Valencia, desde que llega al consistorio, hasta que sale de la Basílica, incluyendo por tanto el citado espectáculo.
Solemne, o así entiendo, debe ser el acto que, de inicio a fin, consagra en el cargo a la máxima representante del colectivo fallero. Una adjetivación olvidada, que ya no figura ni en los programas. Que nadie se haga elucubraciones, esto no es decisión de la actual directiva. Hace más de veinte años que el adjetivo fue eliminado de los programas sin que nadie dijese nada. Imagino que por la misma regla de tres que se suprimió el nombre acordado en Asamblea del primer premio de Cabalgata, o se modificó el nombre propio de la máxima recompensa de JCF, y sin Congreso alguno.
No busquen en estas líneas razones políticas; de hecho, a mí no me importa si el alcalde la tiene pequeña, la canastilla de flores digo. Para eso ya tenemos ‘doctores’ que quizás con algún complejo oculto gustan de hablar de la envergadura sin saber primeramente el valor o calidad de la ofrenda. Es más, agradezco la mengua del tamaño. Fíjense como aguantan la respiración cuando estas se inclinan con la misma elegancia que lo hacen sus portadores al llegar frente a la agasajada. Medio centenar de canastillas, entre ambas exaltaciones, y que, para más sinsentido, acaban agazapadas tras los sitiales.
No juzgo tampoco el trabajo de la empresa contratada para el espectáculo, a buen seguro cumplieron con el encargo desde la profesionalidad contrastada que atesoran.
Profesionalidad que, por cierto, sí quedó a mí entender en entredicho con los integrantes de la Banda Municipal, cuyas razones, de tenerlas, se perdieron cuando decidieron solapar con marcha fúnebres el sonar de tabal i dolçaina a la entrada de las protagonistas al Palacio de Congresos, e incluso en el desfile interior de la Fallera Mayor y su comitiva, algo que en una empresa privada podría considerarse como falta grave o muy grave.
Hablo y me reitero en ello, de la olvidada solemnidad. De un espectáculo impropio de aquello que la pompa del acto a mi entender merece, previo al arranque de la Exaltación, que esa es otra, ahora la Exaltación de la Fallera Mayor ‘arranca’.
Eso sí, en una cosa tengo que dar la razón a Junta Central Fallera: “el colectivo fallero se vio sorprendido con el espectáculo de la primera parte del acto de la exaltación de la Fallera Mayor”. Así rezaba el comunicado de organismo fallero, aunque quizás ‘sorprendidos’ sea poco. No sé si alguien tendrá la dignidad de asumir la culpa, se exigirán responsabilidades, o quizás se solicite invertir otros 14.000 euros de los presupuestados, en una coordinación de la coordinación de eventos.