Los falleros tienen muy claro que las fiestas josefinas son unas de las más importantes del mundo, si no la primera. El fallero tiene muy claro que para sacar adelante esta fiesta hay que pelear constantemente contra los elementos. El fallero tiene claro que ha de rascarse el bolsillo durante todo el ejercicio para poder abonar las cuotas y los muchos otros etcéteras. Y el fallero tiene clarísimo que a pesar de superar estos y muchos otros hándicaps, su calificación ante la mayoría del resto de personas que habitan la ciudad y poblaciones donde se plantan fallas está por los suelos.
La evidencia es clara porque los detractores cada día lo demuestran con más frecuencia y de distintas maneras. Y no me estoy refiriendo a esas personas que cada día sacan sus pancartas en la plaza del Ayuntamiento y gritan en contra de las autoridades, no, me refiero a esos otros que entienden la fiesta como una toma de la ciudad por parte de los "falleritos", sí, esos que a principios del mes de marzo cierran calles, montan sus carpas, llenan sus demarcaciones de tenderetes o churrerías y que plantan sus fallas.
Claro que la ciudad se convierte en una constante zozobra en lo que respecta a su circulación. Claro que las dificultades son muchas para los ciudadanos de a pie. Claro que es difícil descansar durante unos días. Pero díganme ustedes en qué ciudad donde se celebran fiestas patronales de cierta importancia no tienen los mismo problemas. Los Sanfermines, la Semana Santa, los carnavales, etc., se celebran cada año, todos podemos ver la cantidad de molestias que ello supone. Y siguen ahí.
Pero, y no me cansaré de repetir, lo que no entienden esas personas que protestan y protestan es que se les está haciendo una fiesta para ellos también, que esos "falleritos" generan puestos de trabajo, consumo y unas cifras escalofriantes de impuestos con los que se sufragan importantes infraestructuras para la ciudad. Tan sólo por eso ya debieran tener un poco más de paciencia.
Pero las penurias del fallero no acaban ahí, porque ser fallero supone acatar órdenes, trabajar para su comisión, jugársela en su trabajo, perder horas de sueño, etc. Y por si fuera poco, cuando el sacrificio está hecho, cuando ha puesto toda su ilusión en el trabajo realizado, cuando ha visto el esfuerzo de su artista o autor de la obra llevada a cabo, llega un jurado y lo relega a puestos que no merece. Y eso sí que duele. Y eso tampoco parece que se detecte o se quiera detectar por parte de quienes ponen de jurado a personas sin calificación que, con sus veredictos caprichosos, juegan con el esfuerzo y la ilusión de comisiones que apuestan por sus proyectos, tanto sea en el monumento, como en las calles iluminadas, como en las actividades de las comisiones. Y eso no es justo.
Quizás esto no llegue a entenderse demasiado, pero es una gran realidad que sucede cada año y el fallero, junto a lo que soporta de fuera, sigue al pie del cañón sin que se le pase por la cabeza tira la toalla. Y es que los "falleritos" son así.
Blog Fallero de las Fallas de Valencia
Ser fallero y poner la... pasta
- Braulio Torralba
- La editorial