Esto es lo que pedía un delegado de sector al presidente de la JCF en el último pleno, mientras que el presidente de la Interagrupación de Fallas de Valencia, Jesús Hernández Motes, se preguntaba si Pere Fuset asistirá al pleno y asamblea extraordinarios de nombramiento de las Falleras Mayores de Valencia. Asimismo, solicitaba “que deje de jugar” y que volviera a presidir las sesiones.
Y así está el panorama que se nos presenta de cara a los siguientes compases del ejercicio, con un presidente ausente que deriva sus contactos con el colectivo a un correo electrónico y un par de números de teléfono en horas de oficina, y que solo se muestra cuando hay fotos de por medio. Mal, muy mal este mal rollo que no debiera continuar ni un día más.
En uno de los mensajes que se suelen transmitir a través de las redes sociales, Félix Crespo hablaba de los casi seis meses en que unas 80 comisiones estaban pendientes de cobrar la subvención por la falla plantada, mientras que te exigen cumplir al cien por cien con todos los requisitos y papeleos, y que luego no cumplan contigo en plazo cuando lo necesitas. Aclaraba matices sobre la responsabilidad que se adquiere al realizar determinadas gestiones en el cumplimiento de un cargo político y al preguntarle por esas responsabilidades y las posibles consecuencias, nos aclaraba: “Una cosa son irregularidades administrativas o una gestión nefasta -que conllevan responsabilidades políticas-, y otra son ilícitos penales -que conllevaría responsabilidades jurídicas-”.
Tras esa respuesta cabe preguntarse lo que conlleva esa responsabilidad política si realmente nadie pide nada, nadie exige nada y se sigue haciendo de cada capa un sayo. ¿Para qué sirven? ¿Quién determina o sanciona eso?
Lo que está claro es que tanto unos como otros se valen de cargos para llevar la ‘tropa’ por donde les interesa y que tan solo unas elecciones pueden cambiar el rumbo. Cuatro años donde se puede hacer mucho mal o se pueden mejorar las cosas, y esto es lo importante. Lo que tendría que hacerse es meditar y olvidarse de los intereses creados, los favoritismos, la gestión nefasta y el corporativismo barato.
El colectivo fallero está sufriendo lo suyo con el desapego de quienes rigen sus destinos, la falta de sentimientos a favor y el peligroso pasotismo que estamos viviendo. Están demostrando que no quieren a los falleros ni a las fallas, que lo que se pretende es hacer su santa voluntad intentando cambiar todo cuanto les sea posible y, con esta actitud, difícilmente podrán tener el respeto y el cariño de los más de 100.000 falleros censado y sus más de 200.000 allegados.
Lo que hemos de pensar en estos momentos es en una rápida solución. Es necesario que el alcalde de la ciudad tome cartas en el asunto y obligue al concejal a cumplir con su deber o bien sustituirlo por otro que, como mínimo, sea imparcial y conduzca a los falleros por un camino coherente.
Por otra parte, también sería lógico que se revisaran sus emolumentos, y si no está cumpliendo con su deber, se le sancione económicamente bajando sustancialmente su remuneración.