Todos somos conscientes de ese proceder endémico que afecta a los valencianos y más en concreto a los falleros. El meninfotisme que se practica en este colectivo llega a un punto en el que aquellos que conocen el proceder, puedan llegar a valerse de ello para hacer su santa voluntad.
Y es que, en Fallas, quien más quien menos no quiere arriesgar por el simple hecho de que bastante se suele tener con los problemas cotidianos que cada uno podemos acarrear. Pocos presidentes alzan banderas contra lo que estamos viviendo en los últimos años, quizás por la razón que apuntamos, pero también por el hecho de querer seguir saliendo en la foto.
No soy nadie para censurar esa actitud, pero lo que me duele, como observador directo en esta contienda, son las consecuencias. Y no hay derecho a que muchos intenten aprovecharse cuando son los falleros los que han mantenido y mantienen la fiesta desde hace tantos años.
Cuando uno ve como alguien con un acta que le otorga autoridad insulta gravemente a otras personas indefensas, ya que ni tienen capacidad económica para responder ante tribunales, ni pueden devolver esos insultos por no caer en un delito contra la autoridad, la verdad es que clama al cielo.
Y no pasa nada. Los ataques siguen y siguen, y los falleros también siguen aguantando tanta improcedencia, al margen de otras causas relacionadas con el colectivo que tampoco son de recibo.
Tener un cargo político implica muchas cosas, buenas y no tan buenas. Resulta imposible parar las imposiciones que se apuntan cuando la unión no existe.
Mal, muy mal, señores presidentes, porque si ustedes están desempeñando ese cargo en una comisión fallera, su deber es velar por ella y por los principios en los que se basa la fiesta. Flaco favor se le está haciendo si no contribuyen al análisis de la actualidad y se unen en su defensa a ultranza. Esto no es una fiesta cualquiera, son las Fallas, y como tal, por su gran trayectoria, estamos obligados a sacarlas adelante y evitar las interferencias que se produzcan, y mucho más las presuntas agresiones a la propia fiesta y a sus miembros.
No debemos consentir que se cambien alegremente las reglas, no debemos consentir que se imponga nada de lo que no estamos de acuerdo, y no debemos pasar por alto a la Asamblea de Presidentes que, en principio, debe de ser soberana y no debe sufrir imposiciones. Ahí está la fuerza del fallero y de la fiesta en general, y es ahí donde se debe respetar la voluntad de los presidentes.