Respiramos desdicha, soñamos pesadillas, el virus está matando los sueños, casi todo va mal. Otra vez hay dos Españas y las dos equivocadas; cada una aprovecha la peste para deshonrar a la otra”. Así se expresaba hace unos días mi amigo de la infancia y vecino conquense Raul del Pozo en su columna del periódico El Mundo. La pandemia, además de sufrimiento, nos ha traído más división y enconamiento, más estrategia política y más caldo cocinado a fuego muy lento. Y así no vamos a ninguna parte.
Centrándonos en nuestra Comunidad, y más concretamente en Valencia, basta leer las declaraciones de la consellera de Sanidad, Ana Barceló, en Las Provincias, para bajarle la moral al más pintado. “Creo que sin vacuna no se van a poder celebrar las Fallas”. Así se expresaba al analizar la evolución de esta pandemia en nuestra región, conocedora de lo que está pasando en España y en el mundo.
Hasta aquí las declaraciones. Ahora vayamos al problema. A las Fallas no podemos dejarlas morir, porque no tener en el horizonte una celebración (no hablo del cómo ni del cuánto) sería el tiro de gracia a una fiesta herida de forma mortal. No ha muerto aún, pero ahí está, lamiéndose como puede la pobre todas las lesiones y los golpes. Una de las estocadas de pronóstico mortal pudiera ser la de la indumentaria. Ya lo dicen sus profesionales. Si no se hace algo, pero algo efectivo y que ayude de verdad, las persianas comenzarán a bajar.
Dejen que elucubre. Un colectivo como el nuestro, con mucha organización, que sabemos cumplirla a la perfección, y con las debidas precauciones que se nos pidan, permítanme que les diga, creo que podemos celebrar las Fallas.
A las Fallas no podemos dejarlas morir, porque no tener en el horizonte una celebración (no hablo del cómo ni del cuánto) sería el tiro de gracia a una fiesta herida de forma mortal. No ha muerto aún, pero ahí está, lamiéndose como puede la pobre todas las lesiones y los golpes. Una de las estocadas de pronóstico mortal pudiera ser la de la indumentaria. Ya lo dicen sus profesionales. Si no se hace algo, pero algo efectivo y que ayude de verdad, las persianas comenzarán a bajar.
Claro que deberíamos modificar, repensar o cancelar determinadas actividades que pudieran resultar multitudinarias, pero que si analizamos tampoco son eminentemente necesarias para celebrar unas Fallas dignas donde los artistas falleros puedan seguir trabajando, donde los indumentaristas, artesanos, y demás colectivos implicados puedan salir adelante con sus ventas y donde la economía en general no pare en su totalidad, como pasaría si no se celebran ni en el año 2021. Y no hablemos ni por asomo del año 2022.
Lo importante de todo siempre ha de ser la prudencia y el cumplimiento a rajatabla, estricto, de las normas. Y eso los falleros lo saben hacer, como lo estamos demostrando en estos últimos meses de reuniones, actos celebrados y acuerdos.
La política poco o nada debería influir, aunque no es así, por ello deberíamos tomar buena nota del comportamiento en la Grecia antigua donde los estrategas que se equivocaban eran condenados al ostracismo.
Cuando escribo este editorial claro que pienso en la salud de las personas, faltaría más. Por ello, lo primero que hay que exigir es la prudencia y el cumplimiento de las normas de nuestras autoridades sanitarias. Invito, una vez más, a un estricto cumplimiento, sin lo cual, difícilmente podríamos sacar adelante nuestra amada fiesta. Pero, como todos sabemos, las falleras y los falleros ya lo estamos haciendo, y con sobresaliente. A quien corresponda que tome nota.
NOTA: Este artículo se escribió antes de la nueva declaración del Estado de Alarma (25-10-2020).