La película funde a negro pero antes de los títulos de crédito aparece sobreimpresionada una frase: “Fin de la primera parte”. La película es la del mundo de las Fallas, y esa primera parte es, para el que suscribe, la que hemos estado viviendo los últimos 15 años. Da la sensación que la fiesta se prepara para un cambio de ciclo. Ya no sólo por los sempiternos problemas de vecindades, normativas, impuestos y otros gatos de siete colas que nos fustigan impenitentes el lomo, también por la misma naturaleza del entramado fallero.
La Asamblea decidió que no quería Congreso en mitad de una batalla de votos que evidenció una fractura de la tendencia que se estilaba hasta ahora. Que o bien era por asentimiento o por el “dejar hacer” que era denominador común, no lo sé, pero la cosa iba rodando hasta que ahora nos hemos dado cuenta que falta algo. Desconozco qué es, y quién tiene la receta, pero lo que no podemos permitirnos esta situación.
La calle está peligrosa para el fallero. La acotación de las normativas nos lo pone negro como el tizón de cara al futuro. Y lo de las fechas nos lo tenemos que hacer mirar, porque al final, con las cosas como están en la actualidad, los días de Fallas se parecerán a las verbenas del pasado 16 de marzo, que no estaban desiertas, pero poco les faltaba. Los días laborales son torpedos en la línea de flotación de las comisiones, y las bajas de cara al año que viene se motivan, en muchos casos, por caer San José en jueves.
Se acabó la era de las megafallas. Ya no hay “alegría” suficiente como para financiar mastodónticas obras de arte como las que hemos podido disfrutar en estos últimos 15 años. La crisis y lo que no es la crisis ha puesto el final a algo que ha sido bonito mientras duró. Ahora, sensatez y saber lo que se hace ha de ser la tónica dominante en las plazas. Que habrá alguna excepción lo sabemos, pero la película ya ha tocado a su fin.
En este sentido quiero decirles una cosa. Cada persona, cada lugar, cada situación tiene diferentes puntos de vista, análisis exhaustivos y críticas cimentadas bien en la razón o bien en el criterio subjetivo de cada uno. Déjenme hacer esto último para darle las gracias a Juan Armiñana. Muchos se las han dado, sobre todo ahora que pliega la paraeta y se va, eso dice, a la reserva, al tiempo que muchos, seguro, habrán respirado aliviados y hasta se habrán alegrado. Pero a mí sólo se me ocurre darle las gracias. Gracias a su “lo que sea” que le motivara para crear Nou Campanar y hacerla entrar en la historia, yo, que amo las fallas, el monumento o como se quiera llamarlo, más que nada en este mundo, he podido disfrutar de prodigios inimaginables. Nou Campanar hizo realidad sueños de cartón y de corcho. Soñé en el cruce, en el solar, donde sea que plantara. Ya dan igual tantas polémicas suscitadas, sólo queda el sueño efímero de aquellas fallas históricas. Y seamos sinceros. Los que adoran el monumento, que levanten la mano. A ver, ¿cuántas veces habéis pensado aquello de “si tuviera dinero íbamos a plantar un fallón que se van a enterar”? Pues eso. Que aquel que tuvo medios para hacerlo lo hizo y propicio una época de fallas inolvidable. Fin de la primera parte.