Cuando el que suscribe era más joven, que lo fue y no hace mucho de ello, conoció de primera mano una falla rara en el Carmen. Al lado de la Beneficencia, pequeña pero con un algo que la hacía especial. La conocí justo a tiempo, he de reconocerlo. En el momento más dulce de todos los momentos dulces que puede vivir una falla. El momento de salir de la crisálida para convertirse en algo diferente. Y aquella falla, aquella humilde falla de la frontera entre el Carmen y el Botánico no tenía clara su naturaleza. Lo que tenía claro era una sola cosa: quería volar y ser libre.
Me quedé impresionado con el ímpetu creativo de unos falleros que se creyeron de verdad aquel viejo tópico, que no por tópico se hace más cierto, de que el fallero con imaginación es capaz de cualquier cosa. Como en todo en la vida, la generalización conduce a error, y precisamente de imaginación carece un fallero que está sitiado actualmente en una tierra de nadie agobiado por la crisis, las bajas y el desánimo. La reinvención no llega. Pero aquella falla rara del Carmen se reinventó con imaginación. Con impulso. Y con ayuda, evidentemente, de aquellos artistas que quiso el destino poner en su camino para hacer de la senda una gloriosa calle de éxitos.
Se agotaban los noventa y tocaba a la puerta el año 2000 mientras la falla rara del Carmen exponía en la calle las bondades de la pirotecnia, hablaba de la puerta del Tint, de los sueños, cumplía 125 años de historia, se preguntaba muchos porqués y plantaba la falla peor de todas las del mundo.
Un año, aquella falla rara pidió perdón por las molestias, pero sólo fue un sarcasmo. Culpa de ellos fue que el día de la Crida de 2004 empezará con un enorme estruendo de pólvora. La macrodespertà había nacido, y todo por una idea de aquella falla rara del Carmen. Por cierto, rara pero menos, porque todo el mundo acudía a ver cuál era la nueva ocurrencia que plantaban frente a la Beneficencia.
La mayor de las ‘tentaciones’ era provocar, ellos lo sabían, y siguieron haciéndolo un año y otro. Llamaron al gobernante del imperio Austro-Húngaro, Don Luis, y se lo pasaron ‘teta’. Y antes reflexionaron a la sombra de la Luna con Miquel Navarro.
Luego vendrían cuñas, atalayas, aves fénix y gente destinada a encontrarse, más renglones que incorporar a una historia, la de aquella falla rara del Carmen, que merece ser contada por lo audaz de la narración. Y es que pese a todo, y el camino de baldosas amarillas fuera un rectángulo y rojo, aún se habla hoy de aquella travesía de provocación fallera.
Corona, después de tirar la falla, lo superfluo de ella, por la ventana y tratar de reinventarla, ha decidido seguir el camino con todos. Junto a todos. Dicen los de la falla rara del Carmen que no se presentarán más al premio de falla innovadora. Y lo hacen anunciando que un artista urbano será el encargado de su propuesta de este año.
El camino de la innovación es un camino de libertad. Corona cogió ese camino hace unos cuantos años, y por allí va todavía. Y diantres, qué rara es esa falla que plantan al lado de la Beneficiencia, la falla más extraña del barrio del Carmen.