Oiga, ¿los falleros qué somos? Sí, ya lo sé. Lo primero que les vendrá a la mente es esa bendita palabra que alguien inventó, que empieza por gili y acaba por donde acaban todas las cosas. Por ahí. Pero además de eso, que lo somos y un rato largo, no tenemos muy claro qué somos para la sociedad valenciana en estos momentos. Para los de siempre somos una de las siete plagas de Egipto. Arrasamos la ciudad cada vez que podemos, y cortamos las calles a nuestro antojo porque, claro, a los falleros se nos permite todo. Luego llegan las maratones y medias maratones, magníficas por cierto, y esos que se quejan no se oyen. Igual otros, pero nunca con tanta vehemencia como los inquisidores de falleros.
¿Qué somos hoy en día? El fallero siempre ha sido objeto de críticas, muchas y sin freno; las alabanzas, que las hay, siempre llegan condicionadas según sople el viento. Es muy bonito decir que el fallero hace la mejor fiesta del mundo, que es trabajador y que genera una actividad los 365 días del año en momentos puntuales, y luego dejar en puntos suspensivos ese apoyo hasta que llegue la fiebre fallera, allá por febrero, y nos volvamos todos descubridores de la fiesta. Este deporte, el de la alabanza fácil al fallerito, la practican los políticos con tanta comodidad que me incomoda mucho cuando lo oigo.
A este respecto, un inciso. Cuando la alcaldesa de Valencia dijo en la proclamación de las Falleras Mayores de la ciudad que con ese acto comenzaba de nuevo el ciclo fallero, un amigo mío se expresó en las redes sociales: “¿Entonces qué he estado haciendo yo durante los últimos siete meses?”. Parece ser que nada. Lo de que el ejercicio comienza en cuanto acaba el anterior ha pasado de ser tópicazo a ser agua de borrajas.
Hablando de otras cosas, todavía me sorprende el fervor de aquellos ignorantes en la materia que se adentran en las fallas, y cual conversos arrepentidos proclaman su fallerío a los cuatro vientos. Fallerío de comidas, cenas y cuchipandas, rara vez de curro, juntas, reuniones, decorados, visitas al taller a ver la falla y un larguísimo etcétera.
¿Qué somos? La diversión de unos, el “ninot” de otros, la anécdota folklórica, el populacho enfervorecido, el estigma de la ciudad, los hacedores de la mejor fiesta del mundo. Elijan ustedes mismos.
Yo me quedo con lo que creo que somos. Somos lo que somos, falleros, que hacemos fiesta pese a todos los demás. Que seguimos edificando cultura popular a golpe de cuota, de nuestras cuotas, desde nuestras comisiones. Que plantamos las fallas, contratamos a artistas y mantenemos en pie una profesión en peligro de extinción. Que tenemos indumentaristas, pirotécnicos, músicos, grandes profesionales a nuestro servicio. Que somos grandes porque pese a todas las patadas en el trasero que nos dan seguimos saliendo a la calle. Y somos los que no nos aclararemos jamás en definir lo que somos, porque ni nosotros mismos lo sabemos.
El fallero hoy en día es parecido al eterno aspirante a actor que nunca jamás encuentra su papel, pero que mientras tanto va dando al público lo que le solicita. Los papeles que entretienen a los demás. Y sigue sonriendo.