Perogrullada al canto, lo sé. Pero es que no he encontrado otra frase para comenzar esta columna, la del mes de marzo. La de las Fallas. Y eso que las Fallas son todo el año, pero ahora lo son más, más intensas, más tremendas, más inquietas y procaces, más de todo lo que pueda ser más en esta tierra nuestra, dispuestos siempre al exceso y la cuchipanda.
Marzo llega, y con él también el fuego; un fuego para poder quemar de una vez todo aquello que se ha ido acumulando en el debe y el haber del año contable fallero. Pegarle fuego a todo para volver a comenzar de nuevo. Una cuesta abajo imparable para llegar a la cuesta arriba de abril. Pero eso ya llegará. Ahora que arda Valencia entera.
Le vamos a pegar fuego a tanta vaina político-fallera que nos hemos encontrado este año. En mayo son elecciones y el perfume fallero va impregnado de papeleta y urna. Tiempos de cambios en España, y tiempos convulsos para todos, para los que mandan y para los que quieren mandar. Y la política y las fallas dicen que es un cóctel que no se toma. Pues menos mal, porque en algunas asambleas lo hemos sorbido a base de bien. Barra libre.
Le pegaremos fuego a un ciclo, en el de las fallas tal y como las entendemos. Los colectivos me refiero. Las cosas están cambiando, deben cambiar, de evolucionar, de adaptarse ya de una vez por todas al siglo XXI. No a los concursos de bocetos, sí al trabajo social, de cohesión, solidario. Si a la voz y el voto del fallero en todo aquello que afecte no sólo a la fiesta, a la ciudad. Sí al poder de decisión del fallero para mandar de su fiesta, la que hace y paga él mismo. Sí, la paga de su bolsillo para que hosteleros, mandamases, caricatos, ególatras y otras hierbas campen a partir del día 1 a sus anchas diciendo que son los más falleros del mundo. Y durante los otros 11 meses discriminan, ningunean, acorralan, lanzan a los leones y sabotean. Incluso me atrevería decir que molestamos. Los falleros molestamos todo el año, menos cuando llega el momento de dar colorcito al personal, salir a la calle y plantar las fallas.
Molestar. Bendita palabra. Porque la falla, su fin, su objetivo, es molestar. Es picar, pinchar, escocer, dolerse, criticar. Hay que criticar y el fallero debe hacerlo constantemente porque la fiesta de las Fallas, amén de otros ingredientes que la hacen comercial y atractiva, es crítica. Ha de serlo. Pero la sátira nos abandona poco a poco, no sé ya si por miedo al qué dirán o por desinterés, que es lo menos comprensible y lo más preocupante.
Falleros, leña. Falleros, crítica. Falleros, sátira. A manos llenas, descarnada y, por favor, con gracia. El espíritu fallero habita recóndito allá al fondo. Saquémoslo del armario y démosle rienda suelta.
¿Y qué son las Fallas? Una ilusión inflamable, volátil y afortunada. La alegría de vivir del valenciano que probó el néctar y se hizo adicto. Las Fallas son un dulce veneno que nos invade durante el año, que va apoderándose de nosotros y, con el 1 de marzo, nos quema en las venas. Vivamos las Fallas y que nadie nos impida ser felices.