Esta frase deberíamos llevarla tatuada, tendría que estar grabada en la fachada de la Junta Central Fallera y figurar en el nuevo Reglamento Fallero, ése que ha de llegar algún día. Porque debe ser una verdad absoluta. Porque la fiesta es de los falleros. Porque la fiesta ha de ser lo que quiere el mundo de las Fallas. Porque nadie podrá jamás anteponerse a lo que debe y quiere el mundo de la fiesta.
El noviembre pasado queda para la historia de la fiesta como uno de los más duros por los que hemos pasado. La fiesta fue maltratada, y todo por unas absurdas normas de protocolo que nunca debieron de darse a firmar. Jamás. Una decisión unilateral errónea en la gestión se convirtió en un pozo sin fondo, lleno de barro, que emponzoñó nuestra imagen y nos catapultó a los medios nacionales trasladando un concepto del fallero tan alejado de la realidad que por momentos parecía una mala caricatura, patética y rancia.
¿Quién tiene la culpa? La culpa la tiene quien hace firmar un conjunto de normas trasnochado, machista y limitador de las libertades personales. La culpa la tiene quien no dio transparencia a la firma de ese documento en la Asamblea de Presidentes. La culpa la tiene quien la tiene y quien lo permite. Y la depuración de responsabilidades después de los varapalos que hemos sufrido los falleros debe ser taxativa y sin género de dudas.
La Asamblea de Presidentes y el Pleno de la JCF reclaman su papel en la fiesta. Lo tienen asignado y es muy concreto en el caso de la Asamblea, que es soberana, término que repetimos como tópico manido, pero que en noviembre comprobamos que es verdad.
Una reprobación a la directiva por el incumplimiento del Reglamento Fallero se puso sobre la mesa. Dos ejemplos: las normas y el acuerdo de la Asamblea de diciembre de 2015 sobre el Libro Fallero. Se votó. Ganó la reprobación. Los presidentes manifestaron su malestar. Y punto. No hay división en la fiesta, como algunos de forma torticera quieren hacernos ver. Nada más alejado de la realidad. Viene muy bien decir que hay división para justificarse a sí mismo.
La fiesta de las Fallas es la que quiere el fallero, y siempre ha sido así, aunque a muchos que jamás han pisado la calle les cueste creerlo. No se pueden imponer ideas, tutelar y dirigir, mostrar el camino que debe ser según criterios personales o, aquí sí, políticos, y creer que el fallerito que paga sus cuotas no se va a quejar.
Ahora, después de la tormenta, la calma. Toca seguir trabajando. Pere Fuset se mostró conciliador y pidió disculpas en la Asamblea, por lo que merece todo el reconocimiento y el aval para continuar con su trabajo. Pero los ojos del mundo de la fiesta permanecerán vigías para supervisar su gestión. Adelante, a construir, a plantar, a seguir trabajando por la fiesta, pero pensando sólo en el fallero. Sólo en las Fallas. Sólo en la fiesta. Sólo en quien la hace grande. Las fallas serán sólo lo que quieran los falleros.