Te acuestas con una sensación extraña y esa impresión, que crees pasajera y producto del cansancio, no ha desaparecido. No sabría definir exactamente los síntomas. Hay dolor de cabeza, runrún en la boca del estómago y desazón continuada. Te levantas, café y móvil. Capturas de pantalla, noticias, enlaces, redes sociales. Te pones ya inconsolable. Días extraños se anuncian en lontananza.
Estoy harto, ¿saben? La fiesta de las Fallas es alegría, es tradición y es el motor del alma de fuego que tienen (tenemos) los falleros. La fiesta no es el parapeto, el juguete y el campo de batalla de ningún político, pero lo está siendo. Lo está siendo y por desgracia nos vemos arrastrados todos a esa vorágine destructiva.
Yo no quiero más días extraños en esta fiesta. No quiero más desprecios, más abandonos y más paternalismos. No quiero más dirigismo ni ser parte de una hoja de ruta. Quiero ser libre, sentirme libre en la fiesta como me sentía hasta hace bien poco, y no quiero sentirme inmerso en un laberinto de pasiones políticas como nunca se había visto.
Los tecnócratas abundan, las caretas del ‘amigo fallero’ van cayendo poco a poco y se ven las fauces del lobo; un lobo que ha venido aquí a hablar de su libro y a vender su moto; un libro y una moto que poco o nada tienen que ver con las fallas.
Escondidos bajo lo ‘guay’ que es ser moderno asestan dentelladas y ponen a los pies de los caballos a aquellos que, simplemente, son falleros. Falleros que creen en las fallas y no falleros ‘high concept’ que están en otras órbitas. Falleros que hacen falla, que evolucionan o gustan de las costumbres más barrocas, que plantan y disfrutan, tanto de las fallas ‘mainstream’ como de la innovación más caviar. Que parlen en valencià, en castellano o en klingon. Que aplauden a rabiar cuando ven a su Fallera Mayor de Valencia y se emocionan al examinar como serán los bocetos y maquetas de sus fallas de referencia. Y que cuando están en su casal están en casa, sin necesidad de aportar a la vida nada más que existencia porque precisamente su vida es estar en ese casal, con esa gente, en ese momento exacto. Viviendo las Fallas.
¿Da usted carnet de fallero? Mire, pues no. Los da la JCF tradicionalmente y lo reclama habitualmente Pepe Castelló. Pero sí que sé reconocer a aquellos que tienen algo en común conmigo. Y sé con quién quiero estar y hablar y vivir y soñar y reír y llorar y celebrar las Fallas. Con ustedes, tecnócratas de la fiesta, no. No quiero nada o casi nada. La teoría siempre es bonita. Los toros desde la barrera son otra cosa.
El tecnócrata fallero es una más de las razones de mis días extraños. Hay otras, pero hoy me apetece sacar a la palestra este picor. El que me produce ver la vehemencia desmedida de advenedizos que sacan a pasear la mano atizando a tirios y troyanos desde una supuesta legitimidad intelectual que les da ser modernos, avanzados y vientos de cambio y renovación.
Miren, a mi todo esto me parece muy bien. Pero no molesten. Y sobre todo háganse mirar lo de ser tan modernos y tener tantos vientos de renovación. Lo digo porque a servidor esos vientos le parecen que son simples ‘bufas de pato’.