Me siento regulero a la hora de afrontar esta columna de opinión. Y estoy de esta guisa porque las Fallas, nuestra fiesta, la mía, la suya y la de tantos, no hace más que ser maltratada una y otra vez. Se le arrolla impenitentemente, sin reparos, sin cortarse ni un pelo. Nos dedican titulares incendiarios, nos utilizan solamente cuando conviene y somos la moneda de cambio política que nunca quisimos ser. Una ‘farsa monea’ que de mano en mano va.
La situación no puede ser peor. De hecho, no recuerdo un momento de tanta indignidad y de tanto ataque como el que nos ocupa. Somos un Frankenstein sobre el que experimentar a cuenta de unas elecciones, las del año que viene, que ya preveo que nos van a poner on fire en cuestión de meses.
Miren, la historia para mi gusto va más allá de acusaciones de masclisme en las Fallas, que es el tema del mes. Cuando no es decir que se cosifica a la mujer en las fallas es hablar de otras cosas. El desconocimiento profundo y vergonzoso de nuestra fiesta es una de las mechas encendidas en la polémica desatada a raíz de las intenciones del Consell de la Dona. Un organismo cuyo grado de ignorancia sobre los falleros, las fallas y su mundo es supino. Demostrado ha quedado.
Miren, igual es que yo vivo en babia y no me entero. Y luego vino lo de las fallas, lo de sus críticas, lo de mirar a ver qué hace el artista en este sentido. ¿Censura tal vez? Pues por ahí no paso. La falla ha de ser libre, su crítica mordiente y nadie al que se le critique debería estar complacido. Son los vicios los que se deforman a través de su espejo y se dejan al juicio del espectador, como el humorismo ha hecho desde la noche de los tiempos. Retratar, sobredimensionar, exponer y de esa forma denunciar. Quien solo ve la escena y se queda en la anécdota puede que sea tan simple como la pobre y triste deducción que saca de ella.
Todo lo que pasa en conjunto en las Fallas es un asedio, empiezo a pensar que meditado, para dar una impresión interesada de la fiesta. Una impresión ad hoc para que los libertadores, salvadores del fallero oprimido durante décadas por la imposibilidad de hacer la fiesta que quiere (me estoy riendo tela escribiendo esto, aviso) nos den la oportunidad de respirar aires de libertad. Ahora ya somos libres, nos han roto las cadenas y todo es bendita fantasía. Vivimos unas Fallas de ensueño por obra y gracia de unas personas que por fin nos han enseñado el camino.
Acabó la ironía. Miren, aquí todo me huele a cuco. Todo. Porque vamos, no se pueden pegarle más palos a la fiesta como los que llevamos en estos tres años. Todo han sido charcos, océanos, mares de dudas, de titubeos, de errores y de alarma social fallera. Una detrás de otra, las flechas al mismo núcleo festivo se han asaeteado impenitentemente.
Que no compro una gestión de cartón piedra, de cara a la galería y al electorado, que no. Que no, oiga, que soy fallero. Llevamos más portadas en esta gestión que en todas las gestiones anteriores. Pero no por cosas chulas, no. Por polémicas, rejones, gambazos, chapoteos y chapapote.
Alguien está jugando con las Fallas al Risk. Y menuda partida lleva. No descansa ni para ir al servicio.