Pocos o muy pocos, ya se lo digo yo. El fallero es una moneda de cambio que en los últimos tiempos va de mano en mano y no se queda en ninguna. Y a servidor, que paga sus cuotas, esto ya le toca las narices.
Seguramente cuando Dios liberó sobre Egipto las plagas, a sabiendas de que no serían suficientemente nocivas, se guardó una más: la plaga del fallero. Porque el fallero existe. No se vayan a creer que es como el bigfoot, que muchos dicen que lo han visto pero no hay pruebas. El fallero existe porque hay fallas en marzo plantadas en la calle, hay fiesta, bandas de música tocando por las vías de la ciudad, mascletaes (las que se pueden) y mucho de eso que tanto gusta luego a las autoridades subrayar con fluorescente. Una fiesta única y Patrimonio de la Humanidad. Yo añado, Patrimonio de la Humanidad organizado, sufragado y sufrido por los falleros.
Pongamos ya los puntos sobre las íes porque aquí las cosas parece que o no las sabemos o no las queremos saber. La fiesta la hacen los falleros. No la hace el ciudadano (no fallero, porque el fallero también es ciudadano). El ciudadano la disfruta, si quiere y no se cisca en la falla que tiene en su calle; el ciudadano participa, si se interesa y no la rechaza de plano, y el ciudadano, al igual que el fallero, ha de capear la situación que se genera dentro de una ciudad en pie de fiesta. Pero la fiesta la hace el fallero. Aquí servidor no admite circunloquios, ni trapisondas ni cualquier boutade política para que el caladero de votos se vea complacido. Y un jamón. El fallero y nadie más.
El fallero es señalado continuamente por todo el mundo como causante, provocador y culpable de problemas y otras cosas más que no diré por no azuzarme los jugos gástricos. Y ojo, amigos complacientes de la nouvelle vague fallera, no digo que no nos haga falta autocrítica. A capazos, y mirarnos mucho el ombligo, pero para ver los errores y poner remedios, buscar avances, progresar, seguir, modernizarse, ser dignos del tiempo en que vivimos y convertirnos en reflejo de todo aquello que la sociedad es, siempre en positivo. Pero hasta ahí.
El dedito acusa y le dice al fallero que ya está bien de las carpas, que ya está bien de las verbenas, que ya está bien de ser tan rancios. Que ya está bien de querer ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Y que además tampoco se genera tanto en la semana fallera (en cuanto a hostelería).
Señores, ¿saben lo del pito del sereno? Pues por ahí nos están tomando. Y al final la suerte que tienen todos los que juegan con nosotros es que el fallero sigue pagando sus cuotas, sigue haciendo falla y sigue pensando en vivir con alegría y pasión la fiesta más grande de todas. Si el fallero cerrara la persiana del casal, veríamos qué pasaba.