Les propongo un concurso al estilo ‘Un, dos, tres’. Por 25 pesetas, díganme cuántos aspectos de la fiesta de las Fallas van a ser utilizados políticamente a partir de septiembre y hasta después de las fiestas de 2019. No vale decir los asuntos que ya han sido y son moneda de cambio político en estos momentos. Quiero que sean originales y me digan cosas que aún no se hayan utilizado para vendernos motos. Sé que pocas quedan, pero alguna habrá.
A partir de que lleguemos del verano la cosa se va a poner interesante. Los habrá que quieran mantener un perfil bajo, precisamente para no armar mucho ruido y pasar con tranquilidad el camino hacia las urnas municipales de 2019, pero habrá otros, seguro, que ya le han puesto pilas al megáfono; unos artilugios que a mí siempre me recuerdan a los charlatanes que vendían crecepelos y purgas milagrosas por las ferias. Y claro, al final el crecepelo no era más que una suerte de agua turbia que además de no hacer crecer el pelo dejaba seguramente cierto tufo avinagrado.
Se abre la veda. Que llegan las elecciones (a menos de un año) y el bocado fallero sigue siendo suculento. Siempre oímos lo mismo, y después poco o nada (más el nada que el poco) se lleva a término de los apartados falleros dentro de los programas electorales. ¿Conocen ustedes la expresión ‘bufes de pato’? Pues eso.
Ya verán la cantidad de promesas (‘que no valen nada’, dirían Los Piratas) que vienen conjugadas combinando las palabras ‘promoción’ y ‘fiesta’. Son comodines de una partida en la que siempre pierde el que paga la fiesta desde su comisión, el fallero. Oiga, el que importa.
Dentro de las promesas que volverán a la palestra habrá una que, si habláramos de moda, habría que definir como un ‘must’: la Ciudad del Artista Fallero. Ahí nos duele. Ése es un fondo de armario imprescindible en el discurso de cualquier político que quiera ganar votos con las Fallas: Salvaremos la Ciudad del Artista Fallero. Haremos de ella la repanocha. No la reconocería ni la Marquesa de Paterna del Campo. Se va a convertir en un parque temático donde los turistas podrán pasarlo pipa. Un distrito creativo que será la envidia de todos. Revitalización del polígono artesano. Y un jamón con chorreras.
La Ciudad del Artista Fallero sigue siendo moneda de cambio mientras languidece y sus estertores son cada vez más dolorosos. En su larga (larguísima) agonía, la otrora casa del arte fallero vive sumida en la depresión de una revitalización útil, laboral e industrial que no llega, así como aquejada de una afonía crónica, puesto que su existencia, pese a reivindicarla a voces muchas veces, queda en gritos sonoramente mudos.
En Valencia sigue siendo poco conocida (o nada) y no digamos su museo. Los profesionales que tienen el taller allí la abandonan, y el número de huidas crece exponencialmente con el paso del tiempo. En su lugar, en sus naves, se establecen otros artesanos, otros industriales, otros propietarios. Pero no hacen fallas.
Si la profesión de artista fallero está en una encrucijada crítica, su ‘ciudad’ continua inexorablemente el camino hacia el abismo insondable de un oscuro futuro.
Y mientras pasa todo esto se colocan tótems informativos, semáforos con peineta y saragüells y se pinta un mural de 600 metros cuadrados, cuyo presupuesto ascendió a 43.500 euros.
Juguemos a otro juego. Cada vez que alguien nombre con fines electorales la Ciudad del Artista Fallera… chupito.