Parecía que era un final de fiesta tranquilo, con las elecciones estorbando lo justo, porque algo han de enturbiar el desarrollo de la fiesta cuatro procesos electorales en ciernes. Es de cajón. Pero lo que tiene ‘cajones’ es que de repente, sin que nadie le haya llamado a la fiesta, un concejal del Ayuntamiento de Valencia empiece a hacer campaña para sus adeptos demonizando a la Federación de Fallas de Sección Especial por elegir su jurado como, hablando en plata, le dé la real gana. Que para eso pueden hacerlo según las directrices de elección de los jurados del concurso de fallas. La sonrojante situación, digna de entrar en la historia de la fiesta por la puerta grande, no hizo sino soliviantar los ánimos del colectivo fallero a día 13 de marzo. Es decir, que todos pensando en plantar y en disfrutar lo que en un año se ha ido preparando, y el político que juega a disfrazarse de fallero les arrea una pedrada recordando de nuevo aquello de los ‘machotes’.
Una más. Una más dentro de la lista de dislates de un concejal que, en cuatro años, ha demostrado su amor por la fiesta. Porque cuando se quiere a la fiesta no se le hace sufrir, y la gestión de Fuset ha hecho sufrir, y mucho, a la fiesta.
Vendrán las elecciones, habrá vencedores y vencidos, y veremos quién es el elegido para ocupar la presidencia de la JCF. Si repite el actual, pues ya sabemos lo que tendremos. Baile todas las semanas con orquesta y animación. Mucha animación. Alterando la tranquilidad del fallero y dejando con aquello al aire al colectivo que se supone que ha de defender. Que no ha defendido en cuatro años, por eso digo aquello de ‘se supone’.
Podríamos decir que ya la injerencia descarada y electoralista para su parroquia que desató Fuset a través de las redes sociales, campo minado de palmeros donde los haya, fue la gota que colmó el vaso. Pero no, amigos, la gota referida debió de caer hace ya tiempo porque los charcos que formó el vaso son los que ha ido chafando continuamente el regidor.
Su obsesión con una medida rechazada varias veces por el mundo de las Fallas en sus órganos de decisión, la de los bombos paritarios en los jurados, no le ha hecho ver que el dirigismo del que siempre ha hecho gala en sus polémicas decisiones le lleva a echar gasolina continuamente sobre las ascuas de su relación con las fallas. Y ese dirigismo, ese ‘venga, por aquí, que vosotros no lo sabéis, pero es el camino bueno’, ha mermado el sentir democrático del pueblo fallero, que siempre lo ha sido mal que le pese a ciertos políticos.
El fallero vive su fiesta con naturalidad, sin imposturas, sin complejos. Pero de un tiempo a esta parte el fallero vive la fiesta mirando de reojo para advertir cuál será la nueva polémica que le salpique por obra y gracia de la actual gestión festiva.
Como decía Saza en la maravillosa película Amanece que no es poco, “ya no aguanto este sindiós”. Aquí hay un colectivo que va por un camino y un encargado del mismo que va por el otro. Y así estamos, más rotos que los platos que se han roto durante estos cuatro años. Y al final, a pagar los platos rotos el fallero. Que a fin de cuentas es quien paga la fiesta. Quien hace la fiesta. El fallero es la fiesta. Y el político está para servir a la fiesta, no al revés.