¿Se acuerdan de ‘Tristón’? Sí, hablo del perrete de juguete al que le cantaban aquello de “le han echado, no le quieren… Pobrecito, ¿qué va a hacer? Busca a alguien que lo cuide y lo pueda comprender”. Oigan, pues el fallero está tal cual, igualito que ‘Triston’. El fallerito de a pie anda cabizbajo por enésima ocasión en esta legislatura. Anda fastidiado el pobre, y lo hace porque como de costumbre sigue teniendo la culpa de absolutamente todo lo que pasa en esta ciudad en general, y durante las Fallas en particular. Y en esto último tienen razón.
El fallero es culpable de pagar, pagar y pagar para que cada comisión saque a la calle su falla, haga su fiesta, ponga sus luces, engalane la plaza y los políticos puedan sacar pecho ante el mundo y decir “Som Patrimoni”.
El fallero es culpable de perpetuar la tradición contra viento y marea, pasando soberanamente de los intentos de injerencia del político que, buscando tutelar la fiesta desde el poder a su antojo, muestra el camino que ha de ser con total descaro, sin ambages. Sin cortarse un duro, vaya.
El fallero es culpable de ser el motor asociativo más grande de la ciudad. Uno al que intentan quitarle importancia y relevancia cuando vienen las cosas mal dadas al político. Uno al que los políticos prueban de manipular con promesas que se lleva el viento y no vuelven. Uno que es ‘de dretes de tota la vida’, machista y rancio o abierto, moderno e integrador según le vengan dadas al político de turno.
El fallero es el culpable de tener que soportar sobre su espalda parte importante del tejido económico que se desarrolla gracias a las Fallas. Y lo es porque nada es gratis, aunque a algunos les parezca que sí. Por eso el fallero ‘curra’ de lo lindo, para poder pagar la falla, a la banda de música, al pirotécnico, al iluminador, al indumentarista, etc. ¿O es que aun se creerá alguien que con las cuotas anuales se hace frente a los gastos que conlleva una comisión? Seguro que sí, alguno lo pensará. Alguno que no es fallero.
El fallero sigue siendo culpable de que existan las Fallas, y eso les pesa a muchos que sueltan dentellada tras dentellada buscando socavar su autoridad, la del fallero, en el continuo de la fiesta. Siguen intentando hacer sonrojar al fallero después de Fallas, y esto se ha convertido, a mi juicio, en la más vergonzosa de las costumbres que se han puesto de moda en los últimos años. Pero pese a ello, ahí está el fallero. Tristón como el perrete, pero ‘fent camí’.
De lo que no es culpable el fallero es del botellón incontrolado que vive la ciudad durante las Fallas y del que año a año hemos sido testigos de cómo ha hastiado a las comisiones. Los agentes festivos lo han resaltado negativamente en muchas ocasiones, pero ahora parece ser que resultan ser los máximos responsables del festival. Pues nada. Una más que anotar.
“Le han echado, no le quieren… Pobrecito, ¿qué va a hacer?” decía la sintonía comercial de Tristón. Y acababa con una frase: “Tristón sólo quiere un amiguito, un hogar y mucho amor”. Pues el fallero tristón ya tiene un hogar, Valencia, y tiene mucho amor, el amor que siente por la fiesta más grande del mundo contra viento y marea. Ahora sólo le falta un amigo. Uno que le quiera de verdad.