Una vez asumido que el artista fallero, su profesión y su mundo están en un alarmante momento, y peligra de cara al futuro mirando el tejido empresarial artesano, es hora de buscar soluciones. Eso sí, mientras el artista se desangra hay algunos negacionistas que dicen no ver o no creer en esa crisis. Pues que se lo hagan mirar, porque haberla hayla, y es grande como una montaña. Otra cosa es que se lo quieran creer, que de todo hay.
El fallero no tiene la culpa (toda o gran parte de ella) de lo que aqueja al artista fallero. Tiene la culpa que le toca tener a un colectivo que durante años ha cultivado diferentes formas de encarar la contratación de artistas, las exigencias o las consecuencias para la renovación.
Primero, el concurso de bocetos, esa costumbre de contratar a un profesional por un dibujo mejor o peor hecho, con promesas cuasi electorales (“te pondré 20 figuras, y tendrá 15 metros, y acabados de Especial”) de esas que rara vez o ninguna se cumplen. Al artista se le ha contratado muchas veces por la calidad del dibujo. Ya hemos comentado alguna vez que en bastantes ocasiones ese ‘dibujo’ cuesta una cantidad de dinero determinada que el artesano tiene que adelantar para que su proyecto sea ‘comprado’ por la comisión. El negocio empieza ya regular y perdiendo dinero si no se elige el boceto.
El artista fallero es un profesional de lo suyo que no depende o ha de depender de que presente los mejores bocetos o los más fantásticos (e irreales). Depende de que su currículum lo acredite como tal; de que sus fallas plantadas en años anteriores hayan sido visitadas para saber de quién estamos hablando; de sus garantías, formas de hacer y estilos. Hay filosofías de falla, una por cada artista, que deben ser estudiadas para cerrar un trato. La frivolidad de contratar por dibujo y promesas de figuras y volúmenes ciclópeos ha de acabar.
El tamaño sí que importa. Claro que importa. Pero no como piensan muchos que importa. El fallero, imbuido por otras épocas, otros momentos u otras secciones, tienden a pedir sin ambages tamaño y volúmenes sin cortapisas. “Tú ponme, que tenemos que arrasar”. Y se arrasa, sí, pero con el taller.
La presunción de que a mayor volumen mejor falla se deshace si echamos la vista atrás y recordamos las fallas de nuestra infancia (cada uno la suya). Si pensamos en esos tamaños, en esas composiciones, en esas estructuras, llegaremos a la conclusión de que el tamaño sí importa… porque precisamente no importa. Lo que importa es que la falla sea falla, que hable y critique, y que sea redonda en muchos aspectos. Al igual que el riesgo. Ojo que aquí también se entienden mal muchas cosas a mi juicio, ya que el mismo riesgo puede tener una pieza fuera del centro de equilibrio de cinco metros que una estructura con volúmenes más grandes.
El volumen, o los volúmenes si lo quieren, son el arsénico del artista fallero. Son su cicuta. Y lo son porque envenenan al profesional en dos sentidos. Por un lado, el competitivo, ya que todos dicen que hay que poner volumen para ganar, y se hacen volúmenes inasumibles para los presupuestos manejados porque hay que ganar para, por lo menos, repetir. Y dos, el veneno de criar malvas y cerrar la paraeta o aguantar precariamente después de no haber ganado ni para pipas con el presupuesto.
Si no están de acuerdo conmigo, con estas ideas, les propongo únicamente un juego. Extrapolen a sus negocios, a sus trabajos, a sus empresas, tanto la forma de contratación como la costumbre de pedir más por el mismo o menos dinero. Y entonces me cuentan.