De todo hay en la viña del Señor, y las opiniones, como gustos, vienen en todos los sabores, colores y texturas. Las mías en este caso son amargas, grises tirando a negras pasando por tizne carbonero, y ásperas en boca. Me explico.
La promoción de las Fallas es un concepto que yo creo que no acabamos de engrasar bien y que para cada uno es una verbena (no hablemos de verbenas, por lo menos de momento) con farolillos de distintos tonos. Y eso que el concepto ‘promocionar’ me parece bastante trasparente, pero cuando entramos en harina… el pan es más bien duro.
Este mes pasado las Fallas viajaban a Leucate, en Francia, y quemaban la peregrina falla patrimonial que tanto se ha plantado y desplantado. Servidor, al ver las instantáneas del evento, no pudo dejar de pensar, más que en fallas, en una verbena (torna-li la trompa al chic) o tal vez en un día de asueto playero con tinto de verano.
De las fotografías, la que más me impacto fue la de la falla ardiendo a plena luz del día ante la mirada de un puñado de señoras y señores que, escoltados por embarcaciones de recreo y habitando un merendero, disponían de sus refrescos de cola y naranja mientras miraban a la llama devorar la madera del centro de la composición.
Qué quieren que les diga. No lo compro. No me gusta. Habrá quien esté encantado con estas imágenes porque eso es lo que quieren para las Fallas. Yo no; de hecho, está en lo más lejano de lo que imagino que es la promoción. Igual soy yo, que no comprendo cómo va la cosa.
Y luego hablemos de Masterchef. Partamos de una base: a mí los ‘ofendiditos’, de normal, me tocan la nariz (por elegir un apéndice al azar). Y no me rasgo las vestiduras a lo ‘Hulk’ cuando algo me escandaliza, más que nada porque poco me escandaliza ya. Dicho lo cual, y confesando mi adicción al susodicho programa culinario, digo: ¡menudo ‘gambazo’, majetes! Que forma más tremenda de unir conceptos para pegar semejante resbalón. Tremendo zipizape. Vaya metedura de pata. ¡Che, quin destarifo!
Ambientamos en Valencia, crisol donde se unen la tradición y la modernidad, nos vamos a un restaurante de alto copete donde, también cual crisol, se funden los citados conceptos. En Valencia. Ojo, Valencia. Y en aras a todo ello anuncian un menú tradicional… de cocina catalana. Ah, pues muy rico. Pero es que, además, nadie sabe más de tradición que los falleros, y allá que van ellos dispuestos a catar, a ritmo de pasodobles, la crema catalana. En fin. Menuda verbena.
A las Fallas no nos conocen ni en nuestra tierra. Los falleros seguimos siendo ciudadanos de segunda, y a la mínima nos ponen a caldo. Miren las verbenas de San Juan y los incidentes sufridos. Clama al cielo como entre unos y otros seguimos en la picota, y a la más mínima nos van buscando las cosquillas. Esto ya es el no va más. Y no veo que se nos defienda como se nos tiene que defender. ¿Saben por qué? Porque no se nos defiende. Nos defendemos y nos custodiamos nosotros, entre nosotros. Res més.
A las fallas, a los falleros, se nos da para el pelo en nuestra propia casa, mientras mandamos fallas a quemar a la costa francesa y programas en prime time nos ponen a los pies de los caballos por sus propios errores garrafales. A toda una fiesta que es ‘patrimoni’.
Tal cual estamos, mejor sería empezar por Valencia y luego ya, si eso, promocionamos la fiesta por fuera. Pero primero ordenemos la casa que la tenemos hecha una leonera.