Discúlpenme que esté tan ceniciento y aguafiestas, pero es que uno ya no sabe cómo llevar el día a día de la fiesta con una sonrisa en la cara. Y es que siento pena. Pena y hastío. La pena es por nosotros; el hastío, por lo que nos rodea. Porque aquí, no gustándome un pelo ni la forma ni el fondo, habrá que hacer la raya en el suelo y empezar a preguntar a cada uno dónde quiere estar. Yo con los falleros, vaya por delante.
No puede ser que estemos siempre justificándonos, buscando excusas y pidiendo perdón a Valencia. No puede tolerarse ya el nivel de desapego que esta ciudad nos muestra a cada año que pasa. No puede ser que seamos simplemente el folklorismo amable del que todo el mundo quiere participar para hacer ver y sentirse que es ‘faller d’arrel i soca’, cuando en realidad, a nivel orgánico y más allá de la anécdota, le importamos un mojón. Porque las Fallas no se generan espontáneamente, ni los artistas son aquellos artesanos del cartón y la madera de antaño, ni los falleros somos esos ‘valencianots’ de buen humor que siempre estamos dispuestos a sobreponernos a los imponderables. Es que ya cansa, oiga.
Para que las Fallas se celebren se necesita organización, infraestructura, tejido social y económico, y sobre todo una voluntad enorme para que ciudadanos normales y corrientes se conviertan en gestores, cada uno de su parcela. Y con la tocada de narices que me lleva el fallerito de a pie, como para sacar la fiesta a la calle.
Lo de las carpas parece que moleste cuando lo nombramos. Y cuando dices que la carpa es necesaria para que las comisiones no se hundan en la miseria te miran mal y ríen, enarbolando lo de ‘menuda excusa’. Pues oiga, borremos las carpas, que después se borrarán los que están apuntados para el cachondeo, la paella y el gin-tonic, y con lo que quede plantaremos fallas. Igual con esos presupuestos ya le metemos la puntilla al artista fallero, y se queda con la lengua fuera en el albero. Y si no sacamos las fallas a la calle Valencia dirá que somos lo peor porque les negamos el poder celebrar la fiesta más grande del mundo. ¿Exagero? Ustedes pónganlo a prueba y verán.
La fiesta no es lo que era, es lo que es y lo que será. Lo que es hoy lo tengo claro, y lo qué será no lo sabe nadie. Lo que es hoy lo representa un conglomerado de falleros, festeros y otras hierbas. El tiempo pasa y no podemos vivir de la nostalgia. Lo tenemos reflejado en la propia sociedad con los usos y costumbres del siglo XXI. Y la fiesta para mantenerse necesita mantener ciertas estructuras. Las carpas, necesarias. Los cortes de calle, necesarios. Las verbenas, necesarias. Y las bandas de música, necesarias. La pirotecnia, necesaria. Tantas y tantas cosas, muy necesarias. Y me preguntarán… ¿y las fallas? Para mi vitales, pero necesitan del resto de cosas para seguir existiendo.
Sobre los artistas falleros también hay creencias erróneas. El artista es un artesano empresario que aspira, simplemente, a no tener que pagar para trabajar. Y creemos que aún estamos en los años setenta u ochenta. Todo ha cambiado demasiado, y la forma que tiene el arte fallero actual no es ni parecida a la que era. Es otra filosofía, pero no veo que muchos la acepten. Pues ya pueden ir aceptándolo porque es lo que hay. El arte fallero ha cambiado. Bienvenidos al nuevo siglo.
Volviendo al inicio, estoy cansado de tener que mirar a Valencia a los ojos y pedirle perdón por la existencia de las Fallas, cuando en realidad debería ser al revés. Valencia debería pedirle perdón a las Fallas porque, a pesar de todo los sentimientos negativos, problemas y trabas que nos pone, todavía seguimos haciendo su fiesta. La mejor fiesta del mundo.