Hay veces en las que te asomas al balcón y ves que lo que hay fuera no merece la pena. Esta afirmación podría preceder un soliloquio taciturno sobre la realidad actual y cómo sus fauces despiadadas nos trituran el alma a cada ladrido que asesta el cancerbero social. Y les diré que sí, pero no. No habrá lírica triste y cenicienta. Habrá realidad descarnada.
Las fallas son outsiders de la ciudad que las vio nacer. Son como hijos pródigos a los que no se les invitó a entrar una vez volvieron. Desheredadas, despojadas de todo ropaje y a la intemperie, la ciudad del Turia reniega una y otra vez de sus vástagos como si se avergonzara de ellos.
Las fallas son entes marginales que la ciudad vapulea o corona según le venga en gana. Y no se me engañen los aprovechados queriendo entender ‘la ciudad’ por ‘el gobierno municipal’. Ese sabe lo que le cuestan y lo que le reportan las fallas, y allá en los soportales de su casa consistorial nos ha ido acogiendo con buen tino en estos meses de zozobra. No, no, yo apunto a otro lado. Acuso a las valencianas y a los valencianos. Esos son los que no quieren a las fallas.
Asómense ustedes a las redes sociales un instante para ver el ‘cariño’ absoluto que se destila hacia la fiesta fallera, y que es bárbaro en esta nueva época del hierro. Los palos nunca faltan para las fallas, provocadoras, según los amables conciudadanos, de desmanes, desvaríos y, como una suerte de nueva Babilonia, generadores de un escándalo y desorden tan evidente y descontrolado que a algunos (muchos) les resulta obsceno que se hable de celebrar las Fallas en estos tiempos. Hay cosas más importantes, dicen.
Los casales de las fallas se han convertido en auténticos ‘búnkers’ de esta pandemia. Tomas de temperatura, geles hidroalcóholicos, aforos limitados, distancias. Se dio un protocolo y por la cuenta que nos trae se cumple a rajatabla.
Para las familias cuyas economías dependen y se sostienen de la fiesta sí es importante. Para los profesionales de la indumentaria, hundidos; para los pirotécnicos, derrotados; para los artistas falleros, buscando un norte sin horizonte; para floristas, para músicos, para proveedores de bebidas, de comida, empresas de iluminación y espectáculos, hostelería, restauración. Para todos aquellos a los que la suspensión de las fallas les asestó un golpe fatal en la sien. Para ellos sí que es importante. Porque para ellos algo tan prosaico como comer y pagar facturas sí que es importante.
No quiero pensar que esos zotes, esos absurdos ciudadanos que no tienen ni repajolera idea de qué demonios es de lo que van las Fallas, obvien todo eso para centrarse en que las fallas son fiesta, ruido, molestias, cortes de calle, jolgorio, cachondeo. ¿Cachondeo? Nunca el mero cachondeo costó tantas horas de sueño, dineros de los bolsillos y dolores de cabeza a nadie en esta vida, por lo menos eso creo yo. Así que no me vengan con sandeces.
Harto estoy de aguantar a los estultos del cap i casal sus escupitajos cargados de moralina cuando espetan que ‘ahora hay cosas más importantes’. Sí claro, claro que hay cosas más importantes. Por ejemplo, que usted, ciudadano, lleve siempre la mascarilla puesta (y bien puesta), que se lave las manos, que guarde la distancia de seguridad. Y luego lo de controlar las fiestas universitarias, los botellones, las mandangas varias, las bodas que se descontrolan y otras cosas que sí están pasando. En las fallas nada de nada. En las fallas sí que todo bien.
Los casales de las fallas se han convertido en auténticos ‘búnkers’ de esta pandemia. Tomas de temperatura, geles hidroalcóholicos, aforos limitados, distancias. Se dio un protocolo y por la cuenta que nos trae se cumple a rajatabla. Pero las fallas… hablar de fallas ahora, dicen los que dictan sentencias de razón y sensatez, no es lo que toca. Dicen que hay cosas más importantes.
Luego están los otros, los que al final provocarán el apocalipsis de las Fallas. Los que niegan los múltiples escenarios para poder articular unas Fallas (cualesquiera que sean las condiciones) para poder seguir teniendo fiesta del fuego en esta ciudad. Porque después de todo el daño que hicieron a la fiesta en su momento con gritos, pataleos y exigencias de ‘o completas o nada’ (la historia los pondrá en el lugar que merecen), aún siguen con mamandurrias. Esos, al carajo.
El caso es que cuando el fallero pone sobre el tapiz las cartas para que las Fallas lleguen y veamos la luz en algún momento, siempre hay un ciudadano, una ciudadana, un opinador al que nadie le dijo que opinara, que sentencia vehemente aquello de ‘ahora hay cosas más importantes que las Fallas’. A ver si de esta amarga manera nos damos cuenta de que por mucho Patrimonio Inmaterial y mucho de todo, al final para muchos (muchos, muchos) no somos nada.
‘Hay cosas más importantes’. Pues permítanme que, para mí, al igual que para cientos de personas, una de las cosas más importantes de este momento sean las Fallas. Perdonen si les parezco frívolo.
NOTA: Este artículo se escribió antes de la nueva declaración del Estado de Alarma (25-10-2020).