Que las Fallas son el gran evento con un potencial infinito de promoción y de riqueza lo llevamos diciendo los propios falleros hace años. Los mismos en que se nos ha ido ninguneando, haciendo buena la expresión aquella de “cuánto te quiero perrito, pero de amor poquito”.
Aprincipios de junio cristalizaba aquello por lo que muchos apostaban desde hace años como algo necesario, más en los tiempos que corren. Se creaba, desde la Generalitat, una comisión asesora para la promoción y difusión de las fiestas tradicionales de la Comunitat Valenciana.
El jefe del Consell subrayaba el carácter de motor cultural, turístico y económico, afirmando que las fiestas tradicionales son los verdaderos grandes eventos de nuestra tierra. Y no le falta razón.
Que las Fallas son un gran evento con un potencial infinito de promoción y de riqueza lo llevamos diciendo los propios falleros hace años. Los mismos que se nos ha ido ninguneando, haciendo buena la expresión aquella de “cuánto te quiero perrito, pero de amor poquito”. Seamos realistas. A las fallas se las utiliza como moneda de cambio cuando llegan los tiempos de darse baños de masas, hacer populismo barato y sacarnos el orgullo adormecido porque “los otros nunca os valoraron”. Todo va siempre de lo mismo. Y así va el mundo.
Las Fallas son un evento de dimensión tremendamente importante, que no se acaba nunca, pero lo dejamos marchitar. Todos. Nosotros los falleros también, porque menospreciamos nuestro propio potencial en aras de no complicarnos la vida y mantener un estatus más o menos favorable para poder seguir haciendo camino. Eso es conformismo, y suele estar, como poco, envenado para progresar, avanzar y hacerse grande.
Vienen tiempos fuertecitos, donde se van a poner a prueba muchas cosas dentro de las fallas. El momento actual mundial nos advierte que, tras la crisis sanitaria, que creíamos que era lo peor que nos podía pasar, hay más cosas acechando tras la puerta. Y eso que la pandemia no ha acabado, pero en lo concerniente a restricciones y libertades vivimos con normalidad.
Teniendo en cuenta todo lo dicho, hemos de creer con fuerza y aplomo en nuestra condición de motor cultural, porque somos cultura y tradición. Ese motor es turístico y económico también, pero para que el motor llegue a las suficientes revoluciones para correr necesita gasolina. Y la gasolina está de mírame y no me toques. El símil me viene que ni pintado.
No me refería a gasolina de surtidor, evidentemente; me refería a recursos, tanto materiales como económicos, para seguir adelante en mitad de una tremenda crisis en demasiados flancos. Teniendo en cuenta que fiestas tradicionales como las Fallas se sustentan con el dinero aportado por los miembros de cada una de las comisiones que las integran, y teniendo en cuenta las estrechuras de cinturón que se nos vienen en un futuro cercano, sino ya mismo, es tiempo de poner más empeño en recibir lo que nos merecemos. Y no es sólo el recurso de las ayudas institucionales, que también. Hemos de tener el lugar de importancia merecido, escuchar y negociar desde una posición privilegiada. Porque al final -aviso que va topicazo real- las Fallas las hacemos las falleras y los falleros.
Por ello me congratulo al ver que, dentro del organigrama de asociaciones que pertenecen a la comisión se encuentra la Interagrupación de Fallas de Valencia. La entidad, definitiva y definitoria en la famosa e histórica Mesa de Seguimiento que, conjuntamente con el resto de las instituciones, logró llevar a la fiesta fallera a la calle después de que todo se paralizara en marzo de 2020, tendrá carta de importancia y opinión en este órgano de reciente creación. Para mí, un hecho por el que congratularnos y felicitarnos.
El trabajo que tenemos por delante es de todas las personas que componemos el colectivo, es del engranaje fallero. Hemos de remar y seguir sumando juntos, sin taifas independientes creadas por intereses determinados. Aquí se trata sólo de una cosa, crecer y capear el temporal desde la unión, la convicción, la fuerza, la cultura y el amor a la fiesta del fuego valenciana. Y quien no quiera sumar, pues que se coja una puerta, ¿no creen?