Vaya por delante un hecho irrefutable: ya nada es lo mismo. No cabe debate ni hay dudas razonables a este respecto. Hacer la fiesta antaño era (siempre entre comillas) más sencillo que hoy día. No sólo me refiero a la economía, que también. Porque las Fallas están en un riesgo de quiebra técnica complicado de analizar.
Los precios suben para todos, pero si hablamos de las Fallas nos tenemos que preocupar en los efectos de la inflación y el desabastecimiento dentro de lo más importante que tenemos: la falla. El dinero es igual o menor que ayer, pero el coste material es tres o cuatro veces mayor, por ser cauto en la comparación (diría que es incluso más). ¿Eso qué va a provocar? Lo veremos en marzo, pero es irremediable la repercusión que el alza de precios tendrá en la obra final en la calle. Es de cajón, los artistas falleros, como cualquier otro profesional, ha de vivir de su trabajo y no vivir por ‘amor al arte’, que muchas veces es lo que parece que le exija el fallero.
La vida está cara, todo sube y cualquier actividad festiva supone un desembolso económico considerable, pero si encima el viento no sopla mínimamente a tu favor, apaga y vámonos. Me refiero al entramado burocrático. Pedir subvenciones, permisos y licencias, o aportar justificaciones y hablar o hacerse entender con las diferentes delegaciones del Ayuntamiento son sólo la punta del iceberg. El pedrusco de hielo que queda lo representa la práctica imposibilidad de hacer lo mismo que se hacía hace treinta años en la calle por los cambios de normativa y legislaciones.
Lo dejó perfectamente expresado Guillermo Serrano, presidente de la Interagrupación, en el discurso que pronunció como cierre a los Premios Pepe Monforte. La burocracia es el fango que lastra el caminar del colectivo fallero, y provoca no pocas situaciones que exasperan a los sacrificados directivos de las entidades festivas. También enunció otro concepto: no somos el hermano pequeño de nadie, y eso hemos de llevarlo a rajatabla. Porque lo esencial para hacer esta fiesta Patrimonio Cultural de la Humanidad se nos debería facilitar sin mucho negocio. Somos las Fallas, y Valencia nos ha de cuidar si quiere que sus calles sigan llenándose de alegría y fiesta en marzo.
Ahora dejaré una nota a pie de página. Cortar la calle para un acto antes era lo que era; ahora directamente ni es. La música incluye limitadores registradores, los horarios son los que hay, los plazos los que nos dan. La ley cambia, la ciudad cambia, todo cambia, pero nosotros, los falleros no cambiamos ni un ápice en nuestras ideas de cómo hacer la fiesta. Y ya va llegando también ese momento. Debemos tener la visión de la foto en perspectiva y replantearnos muchas cosas que hacemos y muchas que no, ya que hay que conciliar sí o sí la fiesta con la ciudad. Eso también hay que subrayarlo.
En la mítica revista El Coet, dirigida por ese genio de las Fallas nunca suficientemente ponderado que fue José Soriano Izquierdo, encontramos, en su pórtico de 1956, una serie de ideas que se podían, perfectamente, extrapolar a nuestro hoy. Habla de un unflament a nivel fallero que suponía terreno pantanoso para lo que venía siendo, tradicionalmente, la fiesta. Y se aportaban soluciones pensando en la supervivencia festiva:
“Creemos que hay demasiados gastos, demasiados intereses, incluso demasiadas fallas. Quizás sería el mejor modo de protegerlas conseguir limitarlas. Menos y con presupuesto más desahogado, con ejecución más a tono con lo popular, con festejos de barrio más animados, pero siempre al servicio de lo fallero. Porque hasta tenemos bailes, fiestas ‘guateques’ y tal, sin falla que los justifique o los excuse. Evitar la aristocratización y la hipertrofia, coordinar los lugares de la plantà, revivir el adorno de calles a nuestro estilo, fomentar el Llibret, que está decayendo...”.
¿Pues saben qué? Que mucho de ello lo suscribo, porque en mi mente desde hace tiempo ya está instalado un concepto salvador muy claro: back to basics, volver a la receta original por el bien de la fiesta en esencia. Sería una vía clarificadora para muchos de los problemas que el actual estado de las cosas provoca a las Fallas.
Volver a la esencia. ¿Pero quién quiere la esencia cuando se consume barato tanto sucedáneo? Ahí está el problema.