En ocasiones me pregunto si fue primero el ombligo de un fallero, o el resto del universo. Por los últimos devaneos de la actualidad, estoy casi convencido que la cicatriz resultante de la unión con nuestras progenitoras es y será siempre inicio y final de un todo. El epicentro de un universo narcisista, y origen de muchos males, que se hace carne para lucir las galas de valenciano/na, entre aromas a buñuelos y pólvora.
Una impresión avalada por unos días donde el merecido protagonismo, ahora sí, de nuestras flamantes Falleras Mayores, quedaría casi aparcado por estar al son de un estribillo, “comunicando, comunicando, comunicando”.
Todo comenzó con ese manjar llamado Botillo, un suculento derivado del gorrino que embuten en su propio ciego. Paradójico resulta lo del ciego, parte inicial del conducto transmisor de la “defecación” y conclusión rápida a las interpretaciones de un discutible titular, u otros artículos.
Recapacitemos unos segundos, si uno pide una rebaja del IVA para sus fiestas por ser de Interés Turístico Nacional o Internacional, y otra contesta que también la querría para las suyas por idénticos motivos, ¿dónde encontramos el comparativo entre las Fallas y el Festival de Exaltación del Botillo en Bembibre? Yo no sé ustedes, pero me da que se confunde el culo con las témporas. De aquí saldría a relucir el ombligo fallero, y por Valencia, las Fallas, y la “Mare de Déu” si se tercia, nos romperíamos la camisa ante el aparente ultraje, cuando María Aránzazu Miguélez, la ya famosa diputada leonesa, sólo justificó a su partido por la negativa a bajar el vergonzoso IVA, ensalzando para ello los valores de su tierra. Un ejemplo a seguir por nuestros representantes, políticos y falleros, quienes quedan exclusivamente en la defensa de su partido, o en la sumisión por respuesta.
Andábamos en estas lides cuando un nuevo comunicado se sumaba a los de rechazo del Gremio de Artistas Falleros y la Interagrupación. Éste, de los jurados encargados en elegir la Fallera Mayor de Valencia, y que curiosamente ni siquiera sería publicado en la web oficialista. En él, los integrantes del jurado, cuya labor respetaré siempre, y a quien dude de ella le emplazaría a envainar su estúpida cobardía y acudir a los foros adecuados, la Asamblea de Presidentes o el juzgado de guardia, hacían sus particulares interpretaciones de dos artículos del redactor de Levante-EMV, Moisés Domínguez. Los artículos, criticables o no como todos, servirían a mi entender como pretexto para un enrevesado comunicado lleno de juicios de valor, donde nuevamente el ombligo fallero iluminaba el universo. El contenido, que repito, se puede estar o no de acuerdo, quedaría en segundo término minutos después cuando para justificar sus “elucubraciones y verdades”, profirieron a su autor una letanía de insultos personales y vejaciones, impropias de un mínimo educacional, y más si cabe de quienes precisamente tuvieron que valorar horas antes un comportamiento.
Días después, sin comunicado, llegaron las disculpas al desmesurado exceso verbal, aunque quizás, el daño del que tanto hablan algunos a la fiesta, ya se había hecho, entre otros motivos, por enturbiar los primeros días de reinado de Carmen y Claudia, las verdaderas protagonistas en esos días.
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