No hace mucho tiempo recordé un comentario que en el fragor de un debate se le espetaba a una Fallera Mayor de Valencia. En éste se le daba a entender que para alcanzar su envidiable estatus tenía que venir aprendida de casa y no reclamar conocimientos en el ejercicio de su cargo, ya que estos deberían estar implícitos por o para su elección. Una frase que resume la necedad de un proceso donde cada año la pequeña burguesía valenciana se atrinchera entre sudores veraniegos con el fin de lograr, como diría Warhol, sus 15 minutos de gloria.
Año tras año, un jurado sumarísimo, y profesional donde los haya, ya que en este caso como en otros muchos se repiten los integrantes en un número más que considerable, ya que para esto no hay norma que valga, tendrá que dilucidar desde su compromiso con la objetividad, al margen de amistades no declaradas, quienes serán las flamantes elegidas. Para ello, y anclados en su rutinaria experiencia, preguntarán ciertos tópicos que siempre están abiertos a las críticas posteriores, donde sin saber el contexto real, una pregunta puede herir mil y una sensibilidades, ya que como en el fútbol, todos tenemos un entrenador escondido, y de ser falleros además un psicólogo.
Tres preguntas ‘folclóricas’ que pueden ir desde quién fue la Fallera Mayor en el pasado ejercicio, el lema de su falla, o quién fue el artista de la falla municipal, serán la base primordial para lograr el objetivo. No hay estadística al respecto, pero todo parece indicar que la realidad supera la ficción, y más del 50% suspenden la oposición establecida en dos partes.
Asemejando a la consulta de un galeno público, en tres minutos quedará despachado el examen oral, y en otros tres de sonrisas y pasarela, la valoración quedará finiquitada. Éste es a groso modo el sistema actual, el que ha desbancado la antigua labor de los presidentes y sus momentos vividos con la mayoría de las candidatas.
Para ello gozamos en el mejor de los casos del favor de un jurado experto donde los haya. Componentes de Corte que a buen seguro volverían a suspender su examen oral con sólo que les preguntaran alguna de las extrañas preguntas; comunicadores doctos en materia del lepidóptero autóctono, o Falleras Mayores de diversa galanura. Todos ellos conforman parte de esta fauna en la que nos hemos convertido los falleros, quienes como Indiana Jones, buscamos cada año el santo grial que nos conceda la gracia eterna de dilucidar a nuestra máxima representante, quien sencillamente emulará finalmente a la sociedad fallera actual. Al ‘meninfotisme’ predominante, donde al parecer, poco o nada importa si realmente está preparada para ostentar el cargo, si conoce realmente una fiesta, su fiesta, que busca ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
En la mayoría de los casos, sólo importan los 15 minutos de gloria. A posteriori podrán renunciar sin reparo al hecho fundamental del concurso, y que por mucho que desde Junta Central Fallera se emperren en negar, no deja de ser como así reza el Reglamento Fallero, la elección de trece candidatas a Fallera Mayor y otras tantas a Fallera Mayor Infantil de Valencia. Nada de elección de Cortes. Por lo tanto la primera pregunta, de entre otras muchas, no debería ser otra que si aspiran realmente al citado cargo. De no ser así, muchas gracias y hasta la próxima, ya sea ahora o en la siguiente ronda.