Que nadie se me alarme, ni me dejé coleta ni tengo intención de ello, pero aprovechando la manida palabra tan en boga en estos días, pude ver un cierto paralelismo con el colectivo fallero que me gustaría compartir con ustedes.
Recordando las tres primeras acepciones de la palabra casta que nos ofrece el diccionario de la RAE, encontraremos unas ligeras pistas sobre tema. “Ascendencia o linaje. Se usa también referido a los irracionales; En la India, grupo social de una unidad étnica mayor que se diferencia por su rango, que impone la endogamia y donde la pertenencia es un derecho de nacimiento; y en otras sociedades, grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás por su raza, religión, etc.”.
No seré yo quien cuestione a la señora experiencia como madre de todas las ciencias, pero dejen en blanco sus mentes por unos segundos y repasen el organigrama fallero. El escalafón festivo se rige desde su primera dama hacía bajo, por una mesa de edad cuyo compromiso con la realidad está más cercano por ley natural al siglo XX que al actual siglo XXI.
Su asentamiento en la fiesta tiene ya más de veinte años a sus espaldas, y por una lógica humana, el inmovilismo y conservadurismo en su proceder son cada día más patentes.
Ahora pasen ustedes al sector presidencialista, den un barrido visual a una Asamblea de Presidentes al uso, la que ustedes quieran, aunque les recomendaría que recordaran aquellas en que se eligen jurados o la de la tradicional “copita navideña”, simplemente por aquello de que en éstas no falta nadie. Sean sinceros, ¿no les parece que sólo faltaría María Jesús y su acordeón para trasladarnos sin ningún reparo a una de esas postales amarillentas de Benidorm? Y eso que habitualmente no acuden los presidentes de la sección Especial para incrementar la media, donde parece ser que salvo honrosas excepciones el cargo es a perpetuidad.
Reitero mi máximo respeto a la experiencia, a las canas, a la sabiduría que dan los años, pero en segunda línea, dando consejos y apoyo. Dejemos de hinchar carrillos hablando de los más pequeños como el futuro de la fiesta mientras tenemos secuestradas a una o dos generaciones que sólo aspirarán a comandar la fiesta cuando su edad esté más cerca de la jubilación laboral que de la procreación natural. Esas generaciones son las que teóricamente deben traer savia nueva a la fiesta antes de que también se les pase el arroz. Son por lógica más cercanos a los más jóvenes. Tienen todavía la sangre caliente para no callar en las asambleas, para no ejercer la tradicional “cabotà”, para no dejarse contentar con la palmadita en la espalda o al ser elegido como integrante de no sé qué jurado.
Que la fiesta fallera no se ubica en la India es evidente, y aunque de hacer el indio sepa un rato, no me negarán que el diccionario no es sabio. Desgraciadamente la “casta fallera” como Teruel, también existe, y paradójicamente sólo un par de páginas antes en el diccionario vemos que de la casta a la caspa tampoco hay tanta distancia. ¿No les parece que, utilizando otra palabra muy de moda en estos días, urge una regeneración?