Escuchadas y leídas a las diversas partes, analizados motivos, razones, explicaciones y/o aclaraciones. Después de una lectura pausada en su integridad, rotulador en mano, de la dichosa Ordenanza Reguladora de la Ocupación del Dominio Público Municipal, mi opinión parte primeramente de un precepto básico, me parece un error monumental incluir a la fiesta fallera en un contexto generalista por mucho título que se le ponga al efecto. Esto no quiere decir que éstas deban estar como diría Nietzsche, más allá del bien y del mal, no seamos banales. Las Fallas, o las fiestas de la ciudad en general, tienen entidad suficiente y merecen, como mínimo, el respeto oportuno por parte del consistorio valenciano para que cuente con ellas en las reuniones previas que sean menester, y evitar así “conflictos” innecesarios antes de la publicación de la citada ordenanza, o de cualquier otro tema que les implique directamente.
A mi entender, el equipo de gobierno actual conjuntamente con una oposición, tal vez cómplice o quizá servil por desconocimiento de la fiesta o desinterés por ella, han aprobado una ordenanza de difícil cumplimiento, y que de cumplirse al pie de la letra, pone la primera piedra para la supresión del carácter popular de la fiesta fallera, esa que nos dicen interesadamente que van a declarar Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, así como lo que puede ser peor, parte de sus medios de subsistencia.
Suscribo las palabras del presidente elegido por la mayoría de los falleros, el de la Interagrupación, que ninguneado y desacreditado por el propio concejal en la Asamblea de Presidentes del mes de septiembre, recordaba: primero fueron las despertàs y nuestro tro de bac, posteriormente las mascletàs de los barrios, y ahora, el tiempo lo dirá…
El carácter popular de la fiesta fallera está contra las cuerdas, y falta por salir el horario de casales, otro hueso que tienen agazapado desde ni se sabe cuándo.
Ahora, cuando escuchen aquello de que los falleros son egoístas y que se encierran en los casales en lugar de ofrecer fiesta y cultura a su barrio, levanten la cabeza con orgullo y díganles henchidos de razón que su querido ayuntamiento es quien les impide sacar una sola silla a la calle. Que como su calle no tenga nueve metros de ancho y sin arbolado, en lugar de hinchables sólo habrá posibilidad de bollycao plastificado y calladitos, porque como no haya un fallero que acredite documentalmente su curso de formación en higiene alimentaria, y tenga todas las facturas a mano, ni la chocolatà nos van a dejar. Vamos, que ni las fallas podrán plantarse en sus lugares habituales si se acaban sacando la regla de 20 cm para las pertinentes medidas de seguridad.
Pueden vender la burra como les venga en gana, ese al parecer es el truco, pero lo escrito en negro sobre blanco es lo que es ley por mucha explicación de boquilla que nos den. De no ser así, rectifiquen o maticen la Ordenanza, que luego pasa lo que pasa, ¿o no recordamos ya que hace apenas unos días nos achacaron que la norma ya estaba pero no la leíamos?
Lo evidente es que de cumplir tal cual está redactada la Ordenanza, esa que parece tratar a los falleros como si fueran tan delincuentes como los que practican el top manta, aniquilará nuestra cultura de pueblo mediterráneo, enterrará nuestra fiesta.