Dicen que los valores se fundamentan en la ética y la estética de las cosas, para mí y concretando más, son principios, creencias, conceptos o ideales que desde que se nace forman el comportamiento y las prioridades del individuo.
El ser humano establece sus propios principios en el devenir de tiempo con la suma de ciertos valores que se sustentan en un legado, una educación recibida, o los conocimientos adquiridos por sí mismo, convirtiéndose a priori en su seña de identidad, en su personalidad.
La sociedad forja igualmente su razón identitaria gracias al compendio de sus individuos, de sus valores, del bagaje cultural que da su historia.
El problema viene cuando de forma individual o colectiva se renuncia consciente o inconscientemente a esos valores, olvidándonos de una parte primordial en ese sumatorio mencionado, nuestro legado, nuestra historia.
Con ese motivo nacería hace diez años un colectivo fallero. No buscaban dinero, no buscaban poder, no querían ser por muchos que algunos ignorantes así lo dijeran, la verdad absoluta de nada ni nadie, tan sólo pretendían reivindicar la necesidad de no olvidar parte de ese legado, de esos valores de incalculable valor que nos dejaron nuestros mayores.
Por ello y para ello se presentarían el 17 de noviembre de 2004 en el palacio de Pineda de Valencia, siete comisiones bajo el nombre de Federación de Fallas con Especial Ingenio y Gracia. Diez años después son 19 las entidades falleras agrupadas en el mismo objetivo, dignificar la falla por encima todo.
Un proyecto que como decía en su manifiesto fundacional buscaba hacer “Un llamamiento al mundo fallero para defender el espíritu de sátira, de crítica social que nuestra fiesta no puede perder. Una federación por la fiesta, por el ingenio y la gracia más allá del dinero”.
Para la FFEIG, como para una gran parte del colectivo fallero, las fallas están perdiendo parte de su razón de ser al olvidar su espíritu crítico o satírico, sus valores primigenios. Un debate que no es nuevo, surge de forma cíclica a lo largo de la historia, en los años 50 ya se podía leer el miedo al avance del monumentalismo sobre la propia sátira fallera.
Ejemplo de esta pérdida de valores, de no tener claro a mi entender el orden de prioridades, lo tenemos a debate en el hemiciclo valenciano.
Con una propuesta a mi juicio políticamente interesada en el tiempo, se prefiere hablar de quiénes o cómo elegiremos a los jurados, que de los conceptos propios que deben tener y/o deben incentivarse en una falla, para ser valoradas posteriormente por los elegidos. Casualmente un tema trabajado desde la Federación de Fallas con Especial Ingenio y Gracia, con invitación expresa del ente rector, y que tras ser vilipendiado por el anterior secretario general de JCF con una sesgada exposición, o ignorado por la Federación de Fallas de 1ªA o de Especial, entidades entre otras consultadas previamente para el desarrollo del borrador, sigue aparcado ante el “meninfotisme” reinante, o por no ser otros los protagonistas de la propuesta. La casa por el tejado.
Como diría Friedrich Nietzsche, hasta las verdades científicas responden a ciertos valores y formas de valorar, pero el filósofo prusiano no conocía al colectivo fallero y su ombligo.