Tengo que reconocer que me equivoqué, fui tan inocente que llegué a creer por un momento que un atisbo de luz iluminó el organismo rector, y que con la petición de propuestas por parte del concejal a los presidentes para su posterior debate, la asamblea sería de una vez por todas soberana. Incluso pensé dentro de mis retorcidas elucubraciones, que ojalá hubiesen elecciones municipales todos los años, y un debate continuo se abriera en el teórico máximo foro de la fiesta, cumpliendo por fin con su verdadero cometido.
Las fallas recogieron el ofrecimiento del concejal, y hasta siete propuestas de sectores, federaciones y fallas, llegaron al organismo rector. Bueno, seis más una según el criterio particular del peticionario. Esa quizás sería la primera evidencia de mi error. Para el concejal, que los integrantes del jurado asuman desde su elección que los resultados de su valoración quedaran a disposición de las comisiones una vez realizado el veredicto, no era merecedor de consideración aunque si se tratase su capacidad, o incompatibilidades.
Pero este detalle no sería suficiente, el concejal retiró de forma unilateral su propuesta de debate a los presidentes para trasladarla al pleno, ese órgano de criba constante en la potestad de los presidentes, y que quedó ninguneado a la hora de recibir primeramente como marca el reglamento, la propuesta del concejal antes de llevarla a la asamblea, y como así se ha impuesto en otras ocasiones; una propuesta final “refundida” con las propuestas remitidas, y realizada con el consenso del concejal y su propia almohada.
Ni siquiera se tuvo la cortesía de invitar a los titulares de las propuestas para consensuar o defender en el pleno sus razones o motivos. El concejal se amparó en sus razones y así agilizar un proceso cuya premura todavía nadie entiende, pero que había que sacarlo adelante independientemente de las formas. Con su nueva propuesta nacida de su umbilical criterio, llegaría la asamblea acordada, o mejor, un sainete valenciano de difícil catalogación. Como espectáculo dantesco o kafkiano se podría definir la Asamblea de Presidentes de Falla del mes de diciembre, donde siete propuestas, perdón, una propuesta, y el sistema de votaciones dispuesto, asemejaría más a una república bananera que a un estado democrático.
Sin exposición de razones o motivos para debatir, tres peticiones de palabra, dos de ellas criticando las formas, un amago de votaciones, una petición de urna, una votación de risa donde los presentes y el sumatorio no cuadraron, una impugnación, nueva petición de urna, y una escalera municipal llena de falleras mayores con sus mejores galas por los suelos entre “selfies” y “WhatsApps”, serían los ingredientes para llegar a la una de la madrugada, y gracias al aplazamiento de puntos del orden del día.
El resultado ya lo saben, tenemos un nuevo formato de elección de jurados, compuesto por cinco integrantes por categoría, menos en Especial, donde como las tienen más grandes y aunque eso no esté como lo demás descrito en ningún criterio de puntuación, ya que las bases son secundarias respecto a quien salga de jurado, seguirán siendo siete, como los magníficos. Vamos, en esa extraña igualdad como si al Madrid y al Barça los arbitraran ocho señores por cuatro al resto de equipos. Ver para creer. Lo dicho: ¡Bienvenidos a la República Bananera de las Fallas!