Que nadie se alarme, ni vaticino ni deseo que sean las de 2015 las últimas Fallas de la historia. Pero la realidad es que cuando el próximo 19 de marzo las llamas fagociten el trabajo de todos los falleros, apenas quedarán un par de meses para una convocatoria electoral que parece a priori la más disputada del último cuarto de siglo en el cap i casal.
Con la próxima cremà concluirá un ciclo de cuatro años que se inició posiblemente el 28 de enero de 2011, cuando el consistorio valenciano aprobó iniciar los trámites para obtener una declaración histórica.
En clara visión electoralista a mi entender, recordemos que el colectivo fallero de la ciudad de Valencia siempre ha sido un peso importante a la hora de unos comicios municipales, se había desempolvado un dossier con el que declarar las Fallas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Los promotores salían reforzados ante el colectivo fallero. La casta fallera, esa cuyo compromiso sociológico parece exclusivamente ligado a subvenciones o intereses políticos, se subiría de inmediato al carro. Ahora no tocaba el discurso caduco de falleros dependientes del legado más fascio, eso quedaría para cuando no hubiera peculio que rascar. El resto, con la mirada perdida en la lontananza… Cuatro años después, esa propuesta que contrariamente a lo que pensamos no parece tener apenas apoyo institucional más allá del vergonzoso “caloret” con el que nos estamos proyectando a lo largo del mundo; que ni siquiera tiene una relevancia en el territorio nacional como hacen en sus posibilidades la fiesta hermana de las Hogueras de San Juan, ha cumplido la legislatura estirándose cual goma de mascar sin llegar a puerto.
Acabada la campaña electoral las Fallas volvieron a su travesía por el desierto habitual. Les recortaron hasta la saciedad la mísera parte que les llega del suculento pastel que les genera, y encima aplaudimos como locos al devolvernos lo expropiado, casualmente cuando ya vislumbrábamos en el horizonte una nueva convocatoria electoral. Un tema sobre el que nos han mentido hasta la saciedad hablándonos de que nos pagan las fallas, sus “IVAs” y venías, cuando nadie recuerda ya que ese 25% no es una subvención, era una contraprestación a la escalada publicitaría en iluminación y “ferias” en general, por no hablar de ese hipotético aperturismo al diálogo que se ha negado taxativamente durante los últimos tres años.
Cuatro ejercicios donde las fallas han perdido “poder adquisitivo” a marchas forzadas, dejando a su vez de generar beneficios a nuestra Comunidad. Aprisionados en normativas, burocracia, y oscurantismo. Sin fecha para un Congreso, recordemos que el voto no era en contra de realizarlo sino en contra del momento, y sin un solo euro de más generado para el colectivo, todo lo contrario. Pero ahora de nuevo, y con la última cremà, llegará nuevamente la cita con las urnas.
¿Se acordarán entonces de los falleros y del dinero que les generan, o sólo de su intención de voto? ¿Habrá alguien que tenga la valentía de impulsar en esos casi trescientos mil metros cuadrados de Parque Central un espacio para el colectivo fallero, para su teatro, para esa Exposición del Ninot de la mayor fiesta del mundo instalada en una carpa? ¿Serán estas las últimas fallas de un modelo de gestión caduco?
Las respuestas vendrán con la llegada del equinoccio de primavera, pero hasta entonces, disfruten como si no hubiera mañana. ¡Estem en Falles!