El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla. Una frase que se le atribuye a D. Enrique Tierno Galván y que describe a mí entender de forma precisa la situación actual de la Junta Central Fallera.
En apena unos meses hemos pasado de las buenas palabras y las mejores intenciones, al ejercicio clásico del poder absoluto. De la propuesta de democracia festiva y participativa, al gobierno con “manu militari”. De la bandera de la nueva política, al ejercicio tácito de la política conservadora de siempre, en donde nuevamente se utilizan las Fallas para promulgar la doctrina del partido político gobernante. Una injerencia histórica, pero no por ello menos criticable si se continúa ejerciendo, y más cuando hace apenas unos meses era la línea fundamental de la formación que actualmente capitanea la concejalía festiva como así proponían en su “Proposta de Govern”: “La democracia festiva significa que la sociedad civil festiva autoorganizada, es soberana y libre para tomar sus decisiones y autogobernarse sin que desde el gobierno municipal se ejerza ningún direccionamiento e intervencionismo en término político-ideológico, ni se produzca ninguna instrumentalización partidista o clientelar de la fiesta”.
Blanco y en botella al parecer no es siempre leche, y ante el conservadurismo del actual equipo de gobierno, me gustaría reiterarme en un hecho. Mal que les pese cuando llegan al poder, el presidente de Junta Central Fallera no representa ni representó nunca al colectivo fallero, su designación es fruto del mismo sistema de “dedocracia” que elegía antaño a las Falleras Mayores de Valencia, y que ahora nos rasgamos las vestiduras sólo por recordarlo.
El presidente de JCF tiene la misma legitimidad, falleramente hablando, que la que tuvo por ejemplo en 1960 la nieta del “Generalísimo”, Carmen Martínez-Bordiu Franco. Entonces fue Adolfo Rincón de Arellano en calidad de alcalde de la ciudad quien decretó quien sería la portadora de la banda acreditativa como Fallera Mayor Infantil de Valencia. 55 años después, Joan Ribó, con el mismo procedimiento, señalaba con su dedo a quien debiera enfundarse el fajín dorado.
De existir realmente voluntad de hacer frente a esta herencia del pasado, sería tan sencillo como modificar los artículos 4.1 b) y el 10.1 del actual régimen interno de JCF permitiendo a los falleros dar el primer paso para poder ejercer la democracia negada, eligiendo a su propio presidente ejecutivo sin necesidad obligatoria de desligarse de la tutela municipal, e incluir ya de paso, la posibilidad de reprobación como defiende el partido de los círculos, actual socio de la coalición exvalencianista, y ahora centralista tras su venta a los intereses matemáticos de la ley D’Hondt en las pasadas elecciones.
Hasta entonces, y ya que se sigue negando la soberanía de la Asamblea de Presidentes, recordaremos que el único presidente elegido democráticamente por el colectivo fallero es el presidente de la InterAgrupación de Fallas de Valencia, y él, junto a la Asamblea de Presidentes, son por la vocación de servicio que se le presupone en el cargo al concejal de Cultura Festiva, a quienes debería escuchar, respetar, y por qué no decirlo, rendir cuentas de sus voluntades. De no ser así, caerá de nuevo en ese poder político tan criticado, adictivo y caciquil, que genera epicentros umbilicales, y que como bien decía el viejo profesor, o se dosifica en su uso, o acaba saltando todo por los aires.