Reconozco que nunca me gustó el silencio del denominado como día de reflexión. Creo que cuando las cartas están sobre la mesa me parece una soberana majadería pedir al respetable que calle aquello que horas antes había pregonado a los cuatro vientos. Pero quizás esté equivocado.
Hoy en día, por lo menos en Fusilandia, creo se necesita un periodo de reflexión, y si es posible de algo más de 24 horas. El nivel freático de sus charcos comienza a ser altamente preocupante.
No se puede vivir en un mundo paralelo donde el ego personal nuble la razón hasta contradecir por sistema a una mayoría evidente. ¿Dónde quedó la democracia? En Fusilandia no hay tantos “unos y otros” como se quiere escenificar, allí principalmente hay “hunos” con hache. Un pequeño ejército de integristas pseudointelectuales acaudillados por un líder que ha demostrado su incapacidad para la gestión y el diálogo. No se puede luchar contra corriente y negar las evidencias falseando la realidad a conveniencia, manipulando o dirigiendo al pueblo entre aires de falsa progresía.
Es sencillamente inadmisible el insulto y descrédito constante a quienes democráticamente han sido elegidos, a quienes se dejan su día a día sin más reconocimiento que la satisfacción de defender su fiesta. Costándoles además como les cuesta su dinero, mientras otros cobran, y bien, por desempeñar un trabajo que se niegan a cumplir. Una actitud por la que serían expedientados en cualquier empresa medianamente seria.
En Fusilandia o en cualquier otro país real o imaginario, cuando con todo el derecho del mundo se exige mayoritariamente algo que no solo no gusta, sino que además está mal hecho, evidenciando con la fuerza de la democracia que no se puede hablar en nombre de una mayoría a la que no se representa, no puede existir un gobierno que dé la espalda al pueblo y más si utiliza sus recursos económicos a su antojo. No se puede hacer cortijo de lo público, y acabar pagando hasta las “vacaciones” vicepresidenciales como recompensa al ridículo internacional emitido en directo por redes sociales, mientras se desatiende de forma continuada los cometidos principales.
No se puede negociar con los bemoles encima de la mesa, y mucho menos, cuando te exigen dirimir responsabilidades, no se puede ni se debe contestar buscando la fórmula de perpetuar en el puesto al responsable mientras hinchan carrillos hablando de lo que hacían otros, y que tanto se criticaba. Si estaba mal hecho antes, sigue estando mal hecho ahora. Las puertas giratorias no sólo giran en un sentido.
Parafraseando al profesor Gil Manuel Hernández cuando definía hace un par de años a parte del colectivo fallero, ¿quién es ahora “la caspa”?, ¿quién es ahora la “desvergonzada tropa en la que predomina la mediocridad más espantosa y servil, que además va de la mano de la impostura profesional, un bochornoso nivel cultural, un victimismo de lo más hilarante, una prepotencia no exenta de ridícula vanidad y una propensión a la felación político-ideológica de inquietantes proporciones”?
Los hay que tienen que reflexionar, o como diría el concejal de Cultura Festiva hace apenas un mes, pensar seriamente si quieren estar dentro o fuera.