Un año hace ya que ‘per primera vegada’ un presidente de JCF sería reprobado por el colectivo fallero. Una reprobación argumentada en los continuos incumplimientos presidenciales del vigente Reglamento Fallero. Dos ejemplos claros fueron los detonantes, la negativa a retirar la imposición de unas normas, a todas luces machistas, frente a la oposición de los falleros, y la imposición frente a la voluntad de la Asamblea de unos criterios políticos en el libro de todos los falleros, con excusas tan falaces como “prevaricación” o “legislación”. Situación que colmaría el vaso, siendo el detonante de la citada reprobación.
Hace poco más de un año se le dijo de forma rotunda que no se querían intromisiones políticas, que la asamblea era soberana en materia fallera, y que más allá de opiniones personales, debía prevalecer el criterio fallero, representado legalmente en sus presidentes. De hecho, hubo que retirar un concurso impulsado desde el Ayuntamiento, al margen del colectivo fallero, que usurpaba su potestad, voluntad y estructura reglamentada.
Un año después, hemos estado casi cinco meses sin que el concejal cumpliera con sus obligaciones, excusándose en argumentos de dudosa legalidad, y la imposición de sus condiciones, y/o las de su partido.
Digo imposición porque no sé definir de otra manera en román paladino a quien chantajea o condiciona su retorno a su voluntad. A quien impone una votación para bendecirnos con su luz, alegando evitar una politización pero imponiendo un si o no a un Congreso, donde se hable de dependencia o independencia del consistorio. De nuevo la interpretación torticera. Su hoja de ruta, su acuerdo. Excusatio non petita, accusatio manifesta...
Los pactos entre caballeros, por lo menos en mi tierra, obligan a ambas partes, también a los concejales cuando de forma unánime se les pide retirar un estudio de dudosa catadura legal, y principalmente moral, que habla de los falleros sin el apoyo de estos. Documento firmado por todas las agrupaciones falleras. Un acuerdo o pacto entre caballeros es reconocer a una mayoría legítima que acuerda no transigir ante una votación desde la imposición y el chantaje. La hoja de ruta o ‘el acuerdo’ se desmoronan si se niega cuando te dicen mayoritariamente, así no, en una Asamblea Extraordinaria, donde incluso se impide votar cuando el Reglamento Fallero así lo permite. Un acuerdo que se vuelve a ningunear en segunda Asamblea, prevaleciendo la imposición del concejal y olvidando que en un pacto entre caballeros se precisa, mínimo de dos caballeros.
Finalmente, la imposición de una votación amparada en once falsas peticiones, acaba evidenciando su falacia con veintiún votos, y secretos, como si algunos quisieran ocultar sus vergüenzas o la verdad de las bases.
Un no contundente, pero no al Congreso, seamos realistas. Un no evidente, aunque se niegue desde la infamia del despechado, a una actitud déspota e infantil. Un no a quien no recuerda que fue reprobado hace un año por incumplir el reglamento, por intromisión política, que reincide nuevamente con otro concurso municipal sin contar con falleros, cuyas bases y criterios sólo buscan el voto fácil para quien precisamente se comportó como un machista, y colándonos de nuevo el tema de “materiales no contaminantes” sin criterio que los avale.
Y todo esto, a la sombra de un protocolo por polución atmosférica, gracias entre otras razones, a la quema de la paja del arroz…