¿Quién nos indemniza por estos cuatro años? ¿Quién lo hizo por los anteriores?, contestarán raudos algunos avezados contertulios de comodín reiterativo para justificar lo injustificable.
Hechos son razones, y con ello no nos confundamos con defensa alguna de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No, por ello marcharon, y por la puerta de atrás. Pero hoy es hoy, y la realidad es que cuatro años después la situación es prácticamente la misma, o peor.
Las Fallas, más allá de titulares interesados, han seguido perdiendo poder adquisitivo. Han sido enfrentadas, arrastradas al fango de la política, y proyectadas al exterior con una imagen arcaica y alejada de toda realidad. Humilladas con normas machistas e informes dirigidos para ratificar postulados de estómagos agradecidos. Las han paseado por el mundo creyéndonos que para promocionar la fiesta hay que llevar fallitas de quinta a cientos de kilómetros, o cartones viejos a un río mientras, entre cervezas, hacerse fotos donde sentirse hermanados.
Han jugado con el patrimonio de los valencianos, y muy en particular con el que se pagan los falleros, cuya constante contraprestación, más allá del interés político con vergonzoso brindis en Salón de Cristal incluido, ha sido poner continuas trabas en aquellos menesteres donde poder generar ingresos para intentar superar la precariedad, para invertir más, principalmente en falla.
Desde las fallas más humildes a las más poderosas, económicamente hablando, sufren las consecuencias de un bando servil a quienes del esfuerzo de los falleros se aprovechan. Montar un porrat contemporáneo en la semana fallera es toda una odisea. Las luces de Ruzafa se mueren. Ni ventanilla única en condiciones, ni derogación de ordenanza alguna. Y si hablamos de cultura, de esa con la que tanto hinchan carrillos, nos encontramos que las fallas han sido expulsadas literalmente del primer teatro de la ciudad; que las bandas de música, las que quedan entre charangas, merman sus integrantes año a año por falta recursos; o que la excluyente y dictatorial política lingüística provoca un constante desencuentro en la literatura fallera. Por no hablar de la Ciudad Fallera, la del nuevo semáforo y cuatro carteles, la de mural a 43.000 euros.
‘Som Patrimoni’ se vanaglorian, mientras asfixian a quienes generaron ese patrimonio cultural, o redactan convenios donde amiguetes tengan un sueldo en semblanza al denominado impuesto revolucionario.
Cuatro años perdidos. Cuatro años sin medida alguna que pueda, no sólo paliar las maltrechas arcas de las comisiones, sino dibujar un futuro halagüeño. ¿Dónde están las medidas progresistas? ¿Dónde quedó el compromiso de preservar un valor cultural como la fiesta fallera? ¿Dónde estuvieron nuestras instituciones en estos cuatro años, en el que la marca ‘Patrimonio’ debería haber sido la bandera perfecta para establecer medidas fiscales que buscaran una mayor aportación público-privada que garantice el futuro?
¿Dónde quedó el diálogo, la crítica al paternalismo institucional, los presupuestos participativos, la transparencia económica, los fondos europeos, el compromiso?
Es tiempo de balance, de pensar en el futuro, de analizar el trabajo realizado y buscar alternativas donde el colectivo fallero salga beneficiado, porque no debemos olvidar que de su fiesta es nuestra sociedad la primera en beneficiarse.