Reconozco que echar mano de los ‘clásicos’ no es muy original, pero la verdad es que siempre he preferido escuchar o leer a las personas que creo inteligentes, que no a aquellos cuya verdad radica en la fuerza del vocerío.
Digo esto porque el otro día, sin motivo alguno aparente, me llegaba a las manos el famoso discurso de Martin Luther King, aquel pastor nacido en el antiguo territorio cherokee que revolucionó el mundo con un sueño.
“Les digo a ustedes hoy, mis amigos, que pese a todas las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño”.
Con estas palabras podríamos decir que concluía la última retención, antesala del terremoto final de su discurso, en cuyos inicios de candelas y chicharras ya habían puesto en alerta al personal. Frases como “Cien años después, la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación” o “En vez de honrar su obligación sagrada, Estados Unidos dio al negro un cheque sin valor que fue devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’”, dejaban claras sus intenciones de ruptura ante el statu quo establecido.
No creo ser el único que tras escuchar estas frases no pueda dejar volar su imaginación por unos instantes y entrever en ellas una extraña similitud con el colectivo fallero. Hagan la prueba, no serán cien años ni unos grilletes físicos, pero, y si yo les dijera: “cien años después, la vida del fallero es todavía minada por los grilletes de la discriminación” o “en vez de honrar su obligación sagrada, nuestra administración dio al fallero un cheque sin valor que fue devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’”. ¿A que les va sonando si pensamos en dotaciones presupuestarías insuficientes?
Aquel insigne entusiasta no se quedó ahí en su entusiasmo, y arengó a las masas con su sueño: “Yo tengo el sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales’”.
¿Se imaginan por un segundo que estuviera refiriéndose con esa nación a las comisiones falleras, y a la igualdad de sus integrantes respecto a otros colectivos? Que fueran lo mismo para nuestros políticos la concepción del arte en materia fiscal, y que se fomentara igual desde nuestras instituciones por ejemplo a las compañías de teatro, independientemente de su vitola de falleros o no. O a los artistas, sea para hacer posibles sus exposiciones bajo techo que a cielo descubierto. Que incluso tuviesen el mismo IVA, o ninguno, un escultor de medio pelo que un artesano del fuego o un ‘mestre coeter’.
Podríamos incluso seguir soñando con los sueños del malogrado Martin o los de nuestros pequeños falleros, quienes en sus aulas puedan llegar un día a conocer los esfuerzos de Josefina Caballer entre la pólvora, los de Lola Vitoria Tarruela ante su arpa, o los de Ampar Cabrera ante un folio en blanco, los de tantas mujeres y hombres ‘discriminados’ por su condición de integrantes de una fiesta o de una tierra de desigualdades.
Como diría Sócrates en boca de un padre orgulloso: “no puedo enseñar nada a nadie, sólo puedo hacerles pensar”, aunque mientras tanto, me conformaré con seguir soñando, si bien sólo sea en una pequeña cabezadita donde poder verlos cumpliendo lo prometido hace apenas unos días. I have a dream.