Un año más, los hermanos de fuego abrían de par en par las puertas de la ‘terreta’ para mostrar al mundo su fiesta. Un orgullo patrio que no solamente ha cumplido ya su mayoría de edad, sino que 91 años después de su fundación, foguerers y barraquers pueden decir orgullosos que su madurez festiva es todo un acicate económico para sus convecinos.
A pesar de ello, su esfuerzo social y económico mantiene la misma precaria compensación económica institucional y privada que la de sus hermanos falleros. Con apenas millón y medio de euros se solventan la papeleta las administraciones públicas, transformándose esta limosna en 100 millones de impacto económico gracias a tan sólo un 4% de la población situada a los pies del Benacantil. Mayor rentabilidad, imposible. Para que luego digan que la fiesta genera molestias.
Un problema, como indicaba, similar al de las tierras del Turia, donde la pirotecnia subsiste a duras penas, donde la música, símbolo de la fiesta popular, pierde efectivos cada año que pasa, o donde los artistas falleros aguantan como puede con presupuestos que bien podían asemejarse a los de hace veinte años.
En Valencia ‘Volem Falla’ y en Alicante ‘Volem Foguera’. Semejanzas unidas por el cordón umbilical del fuego, y cuyo denominador común está quizás en quien tiene la posible solución, que no es precisamente quien se deja ya sus dineros todos los meses, sino quienes se benefician de forma directa y quienes tienen el poder para revertir la situación.
Similitudes como diferencias, que también existen, porque si de algo puede presumir la fiesta alicantina es de una independencia que la fallera no tiene. Un ejemplo de madurez que tendrá su máxima expresión en apenas unos meses, porque si nos creíamos que con las elecciones del pasado 26M había pasado el maratón de votaciones de 2019, a la vuelta del verano foguerers y barraquers tendrán una nueva cita con las urnas.
No puedo negar que escuchar que, en apenas unos días, los racós serán el punto de reunión para escuchar propuestas vinculadas únicamente a la fiesta y que sus artífices podrán elegir democráticamente quién capitaneará su fiesta, me produce una envidia tremenda.
No hablo de independencia o no del consistorio, ésa es una milonga que hace años dejó de ser real, y que solamente sirve para atemorizar a las masas. Hablo del derecho democrático de poder elegir libremente qué se hace con la fiesta que 100.000 falleros se pagan cada año, que genera unos beneficios de primera magnitud a nuestra administración y a cientos de empresarios, que supone una promoción internacional de primer orden, que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Hablo de lo indigno que resulta escuchar a políticos hablar de la opinión de las ‘bases’ cuando ni a éstas ni a sus representantes se les permite votar ni a esos mismos políticos, ni a otros falleros que quieran poder optar a ponerse al frente del navío. Hablo de una democracia negada en pleno siglo XXI. Una democracia donde los falleros dejen de ser como aquel burrito simpático detrás de una zanahoria esperando ver quién divide las aguas para que el colectivo fallero camine hacia una tierra prometida donde las bandas de música sean de cuarenta integrantes, los pirotécnicos tengan casi 400 fallas dispuestas a contratarles, o donde los artistas falleros tengan un sueldo acorde a su valía.