Lo fácil hubiera sido subirse al carro, no enfrentarse con amigos a quienes aprecio y respeto, colgarse la etiqueta de coleguita, y ser comprensivo con un sector en horas bajas. Aceptar la buena nueva como si de acto de fe se tratase, y ensalzar el esfuerzo titánico de unos empresarios que admiro como el que más. Pero no puedo. A los amigos no se les miente.
Por raciocinio, o deformación profesional, me niego a comulgar sin contrastar.
No puedo porque primeramente no creo en dictar así las normas. Porque aquí mandan todos menos quien paga, y si no había suficiente con la injerencia política, creo irresponsable aceptar una intromisión sectorial que no propone, condiciona presuntamente a una práctica concertada. Que usurpa la potestad de la Asamblea de Presidentes a regular su concurso (Art. 62.2 del Reglamento Fallero) por una crisis sectorial, junto a la reconocida mala gestión empresarial.
Como tampoco puedo porque al consultar con quienes saben, de fallas, números y leyes, no creamos que “solo el que carga el costal sabe lo que lleva dentro”, se hacen cruces con declaraciones y sumas de algún illuminati.
Tampoco me veo en la obligación de disculparme por no creer en el blanco o negro, en el pensamiento único. No me gusta el conmigo o contra mí, y mucho menos me siento culpable como fallero de los males del mundo, ni de una crisis empresarial que comprendo sus diversos motivos, repito, diversos, pero que no contribuí a generarla; al contrario, sigo pagando cada mes con la esperanza sumar en favor de poder invertir más en falla.
Paradójicamente, sigo defendiendo la necesidad de unas bases que regulen el concurso, con flexibilidad de dimensiones y presupuestos por categorías, desde mucho antes de a quienes ahora les interesa. Como de sacar a la luz la verdad presupuestaria, de arriba abajo, plasmando una clasificación honesta, no interesada. Pero desde las propuestas a los falleros, razonadas y globales, sumando para consensuar unas bases, una clasificación de fallas transparente, porcentajes por presupuestos, o reclamar conjuntamente un trato igualitario.
Entiendo la situación, necesidades y penurias, pero seamos sensatos, pensemos en lo que dicen algunos artistas al bajar las cámaras, más allá de que su principal problema lo tienen en sus propios talleres. Si fueron solo tres las fallas que superaron los 14 metros en 2019, y posiblemente ninguna de primera alcanzó los 12 metros, ¿de qué va esto? Hablamos realmente de defender el oficio o de intereses falleros y/o empresariales bajo un velo de aparente solidaridad. ¿Quién hizo los números para decir que midan lo mismo fallas con 100.000 euros de diferencia compitiendo en la misma sección?
¿En qué contrato se firman metros? ¿Vale más el trabajo de un carpintero que el de un pintor? ¿Alguien leyó lo que son las conductas colusorias de la ley de Defensa de la Competencia? ¿Se está llevando a los artistas falleros, y por ende a las comisiones, a un pozo más peligroso que en el que ya están sumidos?
Recapacitemos. Igual equivocamos el proceder dando alas a quienes no quieren invertir en falla, dejando con el culo al aire a quienes se rompieron los cuernos por aumentar o mantener presupuestos.
Las fallas han sido un patrimonio de los falleros para el pueblo, pero si solo ganan unos pocos, quien pierde es el pueblo. Asumamos que estamos en el mismo barco, rememos conjuntamente, llamemos a las puertas que correspondan, porque si no, en breve, lo de los metros será una simple anécdota.