Tres ya son tres, los años pasados; tres fueron, tres, y nada ha cambiado.
Como las hermanas de Elena, o los tres tristes tigres, tres han sido los años que han pasado desde aquel miércoles 30 de noviembre de 2016 cuando, en Addis Abeba, el comité Intergubernamental de la Unesco declaraba a la fiesta fallera Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Más de un millar de días, 156 semanas, o las horas y minutos que tengan a bien calcular, desde que nuestras autoridades se hacían la foto que buscaban.
Una foto, un recuerdo, una fecha histórica, resumida en tres horas de visita gratis al Museo Fallero cuya obra expuesta ya pagaron; un concierto en el jardín de la antigua cárcel de Monteolivete; un pasacalle al compás del tabal y la dolçaina, y una minimascletà, ya que no hubo ni para una mascletà. Perdón, se me olvidaba, y la presentación de una guía de buenas prácticas. Doce páginas, incluidas portada y contraportada, que albergan tres decálogos subscritos por la ‘Comissió Municipal de Seguiment de la Declaració de les Falles Patrimoni Immaterial de la Humanitat’, comisión creada por el actual equipo de gobierno municipal, cuya primera medida sería vetar a Lo Rat Penat, institución cultural centenaria, y una de las promotoras del expediente que llevaría a la declaración de la fiesta fallera como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Una comisión de valores que sabe bien que quien se mueva no saldrá en la foto.
Todo un derroche de imaginación y poderío para festejar aquello que hace tres años era todo un logro y reconocimiento a la “creatividad colectiva”. Que iba a suponer la “salvaguarda de las artes y oficios tradicionales” o, como decía el concejal, un estímulo para buscar “la excelencia de la fiesta y la mejora constante”. En leguaje de calle, unos catorce metros de salvaguarda, palmo arriba, palmo abajo…
Hay que ser de bragadura muy holgada para que tres años después el decoro no rinda cuentas a ciertas bocas tan grandes como toda Etiopía, o que el mismísimo cuerno de África de donde vino la declaración no empitone a quienes tanta foto buscaron y que olvidaron sus razones con la rapidez de la velocidad de obturación que inmortalizó su brindis.
El Sr. Cinismo sería un año más el invitado estrella a la fiesta de conmemoración del patrimonio, donde el recuerdo de la obligación de salvaguarda se limita, según parece, al coste de doce páginas en couché brillo donde luzcan bien los logos institucionales, algún que otro estómago agradecido y una nueva foto que mantenga viva la llama del rédito político.
Mientras tanto, en sus casales, los pagafantas de la fiesta seguirán debatiendo sobre cómo sacar adelante el maltrecho presupuesto sin posibilidad de acto en condiciones la semana antes de fallas, o qué hacer con los pingües beneficios provenientes de las ayudas institucionales o beneficios fiscales que reciben como asociaciones culturales sin ánimo de lucro que sustentan un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Porque tres son también las administraciones ingratas; tres como eran tres, las hijas de Elena, que tres eran tres... y ninguna era buena.
PD: ¿Para cuándo un decálogo de buenas prácticas institucionales con una fiesta declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad?