Meses atrás ya hablé de los futurólogos del pasado, aquellos que como define el refranero, son más grandes que Manolete, siempre cuando sea a toro pasado. Ahora, no teniendo bastante con predecir el pasado, también se atrevieron con el futuro, habiendo quien, a buen seguro, tiene ya hasta números siniestros a los que llegaremos en el posible, tanto como hipotético, futuro repunte.
Hago mías las palabras del presidente de la Inter en esta misma revista, cuando refiere que si el 10 de marzo nos hubieran preguntado, el 90% habríamos firmado quedarnos sin mascletaes, castillos ni ofrenda, si nos hubieran permitido seguir plantado y hacer fiesta en nuestros barrios, pero ahora eso ya no valía.
Pasó el 10 de marzo, en apenas 48 horas, no teníamos todavía ni Estado de Alarma, ese mismo 90% se puso en pie para sacar sus pañuelos blancos y vitorear la decisión: dinero y tiempo. Noventa días para una decisión, pero no. No habíamos llegado ni al ecuador de ese compromiso y llegaron las prisas.
Los pañuelos blancos se tornaron verdes, y los agoreros, los del curso CCC de futurología, o sencillamente los partidarios del yo sobre el nosotros, comenzaron a dejarse sentir con fuerza. No había marcha atrás, o todo o nada. Había que devolver el toro a los corrales, esgrimiendo la más noble de las causas, la sanitaria, aunque ésta, incluso hoy en día, no la conoce ni el Tato.
De hecho, nueve días después del fatal desenlace, 23 antes de la fecha acordada, el presidente del Gobierno anunciaba: “En junio se abre la temporada turística, España os espera”, informando al mundo que a partir del mes de julio se abrirán nuestras fronteras a los turistas extranjeros.
Tres días después, el 25 de mayo, las playas de media España se llenaban de vida, y desde la lógica precaución sanitaria, nos agarramos al retorno a unas vidas ‘secuestradas’ por un maldito bicho.
Ni una sola propuesta de nuestros representantes políticos, ni una apuesta de futuro por la economía local.
Bares y restaurantes comenzaban su particular desescalada, y los teléfonos de reservas hoteleras comenzaban a sonar acogiéndose a un pequeño rayo de sol, cual atisbo de esperanza en el futuro. La economía parecía querer ponerse en marcha, en toda España menos en las empresas vinculadas a la fiesta fallera, porque aquí decidimos tirar de encuestas capciosas, de ombligos y medallas, de luchas políticas, de intereses personales antes que colectivos. Preferimos tirar la toalla 33 días antes de lo acordado, olvidándonos de que con ello condenábamos a artesanos, pirotécnicos, indumentaristas, cinceladores, sederos, hosteleros, y un largo etcétera de pequeñas empresas que son en definitiva parte de este entramado de festivo, de un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad que quizás hemos quemado por las prisas, por un ansia todavía sin justificación alguna. A día de hoy nadie garantiza que las reservas realizadas en Benidorm en las últimas 48 horas vayan a ser efectivas, como nadie me garantiza que no vuelva a padecer la varicela que sufrí hace 25 años.
Ahora toca reinventarse, efectivamente. Repensar la fiesta, como dice el nuevo presidente de JCF, pero para ello quizás lo primero que tendríamos que reivindicar es como ya dije, el orgullo de ser falleros.
Si el Ayuntamiento de Valencia fue capaz de sacar más de dos millones en apenas 48 horas, por qué no es capaz de aportar cuatro más todos los años para reinvertir en ese motor económico que son las Fallas, y que a su vez le aportan ingresos a sus arcas. Si a la hostelería se le deja exenta de tasas, por qué no hablamos del IBI de las Asociaciones Culturales sin Ánimo de Lucro, o de la desinfección de casales. Por qué no un porcentaje fijo sobre el presupuesto municipal, que avance cada año con los ingresos. Bases de futuro, no parches.
Ni una sola propuesta de nuestros representantes políticos, ni una apuesta de futuro por la economía local.
La Generalitat Valenciana sigue olvidando una fiesta que le genera cada año parte de un suculento retorno de IVA de los más de 750 millones de impacto económico. Desde el Palau subvencionan la cultura, pero no el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad que son las Fallas. Leyes de mecenazgo donde sencillamente se ignora al citado Patrimonio. Tasas turísticas que nunca llegan.
La Diputación, ‘ayuntamiento de ayuntamientos’, bonito juego de palabras a cambio de un aguinaldo y una siempre suculenta foto.
¿Dónde están nuestros diputados estatales ahora? Los mismos que se fotografían en el balcón. Una declaración de zona catastrófica tiene también foto, pero se han parado a pensar que quizás se podría definir igual el terreno donde hoy lloran nuestros pirotécnicos. ¿Hablamos por ejemplo de ese 21% con el que siguen desangrando a nuestros Maestros Coeters? Esos ARTISTAS, con mayúsculas, que dibujan de fuego nuestros cielos mientras componen partituras de pólvora, sufren a diario más del doble de presión fiscal que el resto de artistas. ¿Por qué?
Es hora de reinventarse, sí, pero primero tendríamos que dejarnos de prisas, encuestas y egos, para reinventar, o, mejor dicho, reescribir, el compromiso de nuestras administraciones para con quienes tanta cultura y riqueza generan: los falleros.