Julio ok

La que liaste pollito. Con lo poco que te gustaba ser el centro de atención y te convertiste en el punto de mira del colectivo fallero y fogueril, de los hermanos en el fuego. Su respuesta no puede ser más acorde a lo sembrado. Respeto, admiración e incontables muestras de un cariño que te ganaste con tu forma de ser y honradez como profesional, durante todo el camino andado y plantado.

Si echo la vista atrás recuerdo que yo tenía apenas veinte añitos y tú veintisiete. El destino y la falla de Pryca hicieron que lo acordado se aplazara, quedando en tus manos la falla de mi comisión. Tres años habían pasado de tu bautismo de fuego para ejercer como agremiado, y yo andaba, cámara en ristre, metido en el nacimiento de un medio de comunicación fallero.

No era mi primer taller. Tuve suerte, este bendito veneno me llegó desde bien pequeño, pero en el tuyo se respiraba algo diferente. Quizás fuese la edad, o esa forma de ser tuya entre la timidez y la necesidad de gritar aquello que te apasionaba, la que generaba que la escucha fuese sinónimo de aprendizaje.

Tres décadas después y con la experiencia de los años, las conversaciones, en ocasiones ciertamente extensas, seguían siendo igual de productivas. De hecho, y a pesar de no querer nunca cruzar cierta línea, pues dejaste bajo siete llaves la foto que te comprometería, no puedo dejar de reconocer que me enseñaste a ser fallero. A ver las fallas desde otro prisma. Una visión conjunta entre casal y taller, binomio entre artista y fallero que debían caminar siempre de la mano. Empresarialmente hablando era un cliente, y culturalmente hablabas del mecenas que promueve un arte, un oficio único: “Monumentos hay en todo el mundo, fallas sólo en Valencia”, decías con orgullo defendiendo la palabra falla como única posible.

Si gracias a Salvador Gimeno descubrí la obcecación por llevar la palabra agremiado a las más altas cotas de profesionalidad y respeto, contigo aprendí que agremiado debía ser siempre sinónimo de compañero. Una defensa de los conceptos ‘Gremio’, ‘agremiado’ y ‘compañero’, que te generó más de un desengaño, pero no por ello dejaste de ondear esa bandera. Recuerdo bien, tras una situación complicada, cuando a pesar de tu indignación decías: “yo no puedo ir en contra de mis compañeros”. Así lo pensaste siempre, aunque, esto lo digo yo, lo de compañeros, por parte de otros, fuese a veces algo relativo.

Falla, falla y falla. “No somos Artistas, somos Artistas Falleros”. Para algunos podría parecer un menosprecio al oficio, en tu boca era todo lo contrario. La dignificación de un oficio único y completo. El concepto ‘falla’ como razón de ser de una fiesta, de una cultura propia que aglutina diversas disciplinas artísticas que la hacen diferente a cualquier intervención artística en la calle.

Falla, siempre falla. Nacida de la mordacidad. Sátira, santo y seña de tu obra. Ironía que te permitió reírte de todo y todos. Como lo estarás haciendo de aquellos que por ganar un minuto de gloria no tardaron en lucirse en fotos juntos a ti, o escribiendo textos laudatorios con los que limpiar sus conciencias, con las incontables metidas de pata precisamente por ese afán de protagonismo y falta de profesionalidad que tú no tuviste nunca.

Comedido en las formas, claro en el mensaje. Todavía resuena en el Museo Fallero el raje a la nefasta gestión de quienes venían a salvar el mundo. Veremos si tienen lo que hay que tener para cumplir ahora la ‘amenaza’.

Estoy convencido de que seguirás plantando, y espero que en breve arreglen el ‘router’ de ese ordenador que decías iba a pedales, y el bueno de Joan comience a mandarnos las fotos de esa ruta fallera. Que solos nos habéis dejado... (aquí va un exabrupto)

Siempre pensé que un día te llegaría ese presupuesto que te permitiese plantar la falla que te llevara a lo más alto. Me equivoqué. No supe ver que esa falla la llevabas plantando desde 1980 cuando entraste en el taller del sr. Viguer.

No entendí que la falla eras tú mismo, Manolo. El fallero eras tú, y te habías convertido en el propio mecenas de esa falla que quedará para la historia.

Te dije que no me despedía de ti porque no me daba la gana. El 4 de abril, antes de echarte una cabezadita, contestaste con un ‘Hasta siempre’.

Ya hablaremos…

 

 

 

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