Vaya sorpresa, señores, creí que no leerían mis ojos, ni escucharan mis oídos, que aquellos que tanto rajaron, serían hoy sus valedores. Y digo primeramente señores, no por cuestión sexista, sino por haber sido ellos, a quienes mayoritariamente, les daban alergia las flores.
Tanto ramito, decían, tanto circo interminable, como ellos no las llevan, veas tú los figurones. Y así podría seguir, con una larga letanía, de muchos de aquellos comentarios, recurrentes cada día de cada año que tocaba decirle al mundo que había Fallera Mayor, y no la Reina de las flores.
Es lo que tiene la edad y cuidarse la memoria, que, a más de un hipócrita, con todas las letras, le recomendaría kilos y kilos de rabitos de pasa.
Como dicen ahora aquellos que justifican un bulo, ‘¡esto no lo leerás en los medios!’ porque así en realidad era. Pocos hemos cargado públicamente contra semejante pasarela petulante, no conviene... Eso sí, en privado ni les cuento -si hablara el primer piso del Palau- donde allí se desquitaban los que no estaban ya en el bar durante el ‘desfile’. De todo hubo al respecto, por política o notoriedad, que para el caso es lo mismo en este caso a tratar.
Recuerdo un “¡que esa no sale y punto!” (evitaré el exabrupto que cerraba el debate). En la puerta del ascensor quedaría para escarnio público hasta que alguien, no sé quién, la llevara a un contenedor. Devolverla al remitente hubiera sido el colmo.
Que si el orden protocolario, el tratamiento del susodicho en cuestión o estamento, o la última, el tamaño, porque señores, repito de nuevo el formalismo por razones obvias de tontería y traumas varios, el tamaño aquí sí que importa, y mucho. No vale el detalle en sí, ni siquiera que dos docenas de rosas cuesten bastante más que medio campo de margaritas. Vergüenza me genera que lo realmente importante sea saber quién la tiene más grande, buscando alcanzar el cielo en ofrenda al ego de quien se cita, en lugar de rendir pleitesía a quien se exalta. Mostrar bemoles al mundo mientras el patio de butacas vibra como en Mestalla o el Ciutat de Valéncia reivindicando sus colores, mientras se desloman sus porteadores, y preparan las gargantas para un largo “¡uuuuyyyyyy!” cuando en las escaleras la empresa se convierte en la esperada atracción de feria.
Hay quien incluso pide que se recorten los discursos de mantenedores (que también) para mantener el desfile, porque lo importante, es, al parecer, como dije, el ego, la foto, el circo, olvidándonos del cometido, y lo que es peor y no se ve, el marrón que les dejamos a los progenitores que recurren generalmente a una empresa de reparto para ‘deshacerse’ de la citada carga.
Seamos serios, no caigamos en la trampa de bandos nacidos de guerras políticas que no atañen a los falleros. Que nos dejen en paz, y quien sinceramente quiera rendir pleitesía, que lo haga de corazón.
Por el contrario, si esto va realmente de flores, quienes quieran ser tan espléndidos como buscan aparentar, en la mayoría de las ocasiones con el dinero de otros, no les importará remitir una elegante orquídea Oro de Kinabalu, o mejor, una flor Shenzhen Nongke en bandeja de plata. Aunque si quieren reivindicar el ego patrio, igual el Azafrán es más práctico. Unos bulbos de Crocus sativus con unos gramitos de sus estigmas les haría quedar de lo más ‘chic’, y seguro que los volverán a recordar en la paella del domingo.
Pero claro, esto quizás no luce tanto en un pasillo, y la foto es menos foto. Vamos, como lo de la defensa de la lengua que tanto dicen que reivindican desde el consistorio o la concejalía, siempre que tengan un micrófono delante, para luego no tener lo que hay que tener y seguir promocionando un concurso de playback en la lengua de Shakespeare. Ojo, no confundamos, enormes los infantiles, nada que ver con ellos este apunte, aunque, no les mentiré, no creo que sea el día adecuado, pero mucho mejor, dónde va a parar, que una batalla de pelotitas.