Parece que guionistas, autores y productores de todo tipo de historias, se empeñan en presentar sus trabajos insertando toda una gama de tacos, blasfemias y frases de mal gusto, como si los contenidos más vanguardistas no tuvieran otros valores que los que aportan tan frívola literatura.
Uno se siente molesto viendo y escuchando a diario series, tertulias y monólogos televisivos, plagados de reniegos y expresiones maliciosas, por las que los progenitores se han dado al vocabulario fácil, como si todo el público aceptara sin repulsas tales chabacanerías.
Hemos asistido últimamente a algunas representaciones falleras, incluso a las mismas “galas” ¿de la cultura? en el Teatro Principal, con apropósitos llenos de palabras soeces e irreverentes, sin pensar que tal vez en el público pudieran haber niños o personas de otras tendencias, a las que les rechinan en los oídos sus malsonantes textos, no esperados por el marco y cabecera de la convocatoria.
Tampoco me atrevo a mezclar en este desaguisado los letreros de las fallas, porque confieso que me paro a leer muy pocos, -si esto lo hace un fallero ya me dirán los turistas-, eso sí, hay algunos cuyo componente poético es como para ponerlos como en el invento de las cenizas de los crematorios, en una carcasa y salir corriendo.
Me vienen a la memoria las fallas del maestro Salvador Debón Cortina, cuyas escenas no necesitaban cartelería, las expresiones de las figuras, escenografías y complementos, eran suficientes para dar a entender al visitante los contenidos sin más explicaciones. O el mismo Juan Huerta Gasset, primer artista en vestir las figuras de cartón, modeladas íntegramente y cuyas facciones identificaban sus compendios sin insolencias innecesarias.
Y no es que uno no se despache en privado a su gusto por todo un rosario de vituperios, pero según y donde. Con repasar en el diccionario la palabra ética, es suficiente para seleccionar comportamientos. Y no sirven las excusas tan puestas al día con lo de la libertad de expresión.
Es como asistir a un entierro vestido de futbolista o con bata de volantes, se puede pero no se debe.
Cuando una comitiva fallera desfila por las calles con banda de música y estandarte de cabecera, sobran ciertos cánticos groseros. El público que se detiene al paso puede ser foráneo o en todo caso no degustar horteradas, después de todo la enseña identifica a cada cual por su nombre y procedencia.
Utilizar la morralla en todo momento como práctica habitual o sugerente para significarse como creativo, vanguardista u original, detecta todo lo contrario y en algunos colectivos hasta los infantiles, que todo lo aprenden, sacan a la luz los malos ejemplos que copian de los demás.
Para la jerga fallera gozamos de un repertorio de adjetivos y términos de tal riqueza y variedad, que con poco que nos lo propongamos podemos decir lo mismo sin asperezas ni petulancias. Aquellas fallas que tanto se pretende rememorar por su ingenio, se exhibían en las calles sin desvergüenzas ni descaros a la vista del público.
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Malas costumbres
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