Sin ir tan lejos, sólo dándose una vuelta por cualquier oratorio donde se barbotea de fallas a granel, -lo dejaremos en la luna de Valencia-, se encuentra uno con cada ‘cadafalero’ de pro, que vaya usted a pillar cabrerotes antes de vendimiar.
Lo de ‘cadafalero’ se lo injerto peyorativamente. Mal vamos, las estampidas de familias completas de fallas muy significadas -escribo en plural-, llevadas por desfases económicos de locos, malas planificaciones y por lo que llamamos extender más el brazo que la manga, nos debería preocupar por encima de cataplasmas como las que nos propone la Interagrupación con lo de las clasificaciones de las fallas en relación con los presupuestos que se declaren.
El invento éste de antaño creado para ponerse medallas no nos convenció nunca, lleva años que no sirve para nada, está demostrado que tampoco ha aportado nada práctico a la fiesta por más que se precisen justificaciones.
A la postre tendrá uno que estirar el cuello, imponer galones y alinear en formación a los educandos del lugar.
Esto va por los eruditos de las opiniones sobre resultados a toro pasado, que no respetan, porque sólo entienden de su supuesta sabiduría y egotismo desmesurado.
Es muy fácil sacar defectos, retorcer conceptos de la fiesta para flotar en la espuma de lo sutil y pasar por agitador diligente, innovador, e impulsor del totter revolution, esperando salir airosos. Tal vez por el ojal de los nalgatorios.
Y no digamos de algunas páginas del desahogo gratuito en las redes, de los redentores que sin un atisbo de proyecto alternativo se permiten sentenciar faltos de conocer animidades, acaudillando páginas ausentes de retórica juiciosa, simplemente porque hay palmeros a los que les va la fiesta por canapés. Sancionan sin recato anteponiendo sus tendencias sin ninguna consideración para los que ganaron de buena ley por más que lo quieran ignorar. Dan palos de ciego despreciando a los que también juegan en la misma competición y cuando perdieron supieron callar por cortesía y buen gobierno de sus actos.
A veces queremos extrapolar la fiesta cuando lo que hacemos es animizarla y reducirla a los fortines de nuestros Reinos de Taifas, para los de casa y alguno más por compromiso y con talante morcillón. Hay muchos frentes donde trabajar el palo.
Y encima se acusa de próceres a los únicos que dan prestancia al festín, intentando superarse sacando al asfalto cada año el producto exterior neto de sus jaculatorias.
Qué sabrán estos leídos de carpa y cubata lo que es programar presupuestos y jugarse un dineral por altruismo para ponerles a ellos a huevo el bálsamo de sus denteras.
Ahora toca congreso, me gustaría saber dónde estaban algunos de estos -me ahorro el adjetivo- cuando hace trece años se produjeron los enjuagues del VIII en vigor. Cierto que el reglamento necesita una reforma a fondo, pero habría que empezar por eliminar de las ponencias a los que queden de los 25 que lo enredaron la última vez.